sábado, 14 de octubre de 2017

Vida en el campo.

               El hombre de la ciudad permanece desvinculado de la realidad natural que lo rodea. En ese frenesí que se vive en la ciudad, se olvida que lo más importante para un ser humano es su desarrollo psíquico y corporal. Entre paredes de cemento, aparatos de televisión y celulares el desarrollo integral de la persona queda sometido a factores artificiales que en nada edifican al hombre.
                El olor de las flores, el sonido de las aves, el canto del gallo al amanecer y el verdor de los árboles, describen muy bien lo más cercano a la felicidad que puede llegar el hombre en ésta tierra. Por algo nuestros primeros padres habitaron en el Edén, un jardín donde había de todo, en medio de la belleza del paisaje el hombre compartía con Dios.
                 Del Jardín del Edén queda muy poco, de la armonía natural sólo lugares privilegiados por algunas partes del mundo. Mientras tanto, las ciudades crecen cada vez más, más aglomeraciones de gente, más ruidos, más delincuencia, más miseria y menos paz. En ese ambiente perturbador el hombre es cada vez más infeliz. Las enfermedades mentales aumenta exponencialmente, los problemas familiares abundan, las revoluciones se asoman con mayor fuerza, las víctimas del "progreso" son cada vez más.
                Las conversaciones de sobremesa, prácticamente desaparecieron, el individualismo las hizo desaparecer. ¿Con qué nos quedamos?, sin amigos, sin familia y sin Dios, ya no nos queda nada. ¿ Es posible revertir éste proceso destructor?, en parte sí, todo depende de las nuevas generaciones, de la educación que se les dé, del amor que reciban y del futuro que deseen proyectar.
                Cuando era niño subía un cerro casi todos los días, siempre me acompañaban un grupo de amigos, cada vez que subíamos llevábamos frutas, en especial, naranjas para quitar la sed. Además, portábamos morrales que nos servían para llevar un tarro de metal en el cual calentábamos agua para tomarnos un té en la cima del cerro. Pero lo más lindo de todo era conversar en medio de árboles nativos y una leve brizna de viento acerca del futuro que nos esperaba.
                En medio de la naturaleza pretendíamos arreglar al mundo, sin embargo, creo que el mundo nos arregló a nosotros. Nunca borraré de mi memoria aquellas tertulias en medio de los árboles. La naturaleza da mucho para meditar, nuestros sentidos se sobre estimulan con olores, colores, sabores, y texturas. Además de apetitos y juegos, eso nunca podrá ser reemplazado por rascacielos, cemento y fierro, sonido de bocinas y gente apurada que ni siquiera sabe a dónde ir.
                La gran lección que debemos sacar, es que, más infelices seremos si cortamos nuestro vínculo con lo natural.
           

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