lunes, 9 de octubre de 2017

Pío XI profetizó el desastre que hoy vivimos.

Pío XI profetizó el desastre que hoy vivimos. Si no lo cree, lea este artículo (J.C.O.V.)

Traducido de Fatima Network

El resultado del ecumenismo: la apostasía

Por Christopher A. Ferrara
15 de septiembre del 2017

Como lo informó Gloria TV (que cita a orf.at), el archimodernista Cardenal Walter Kasper, cuya falsa noción de “misericordia” ha animado todo el proyecto de Sagrada Comunión para los adúlteros públicos, acaba de declarar que “hoy en día ya no existen diferencias significativas entre protestantes y católicos...”

Comprensiblemente, el comentario provocó un sentimiento de ultraje entre los católicos ortodoxos, pero reflexionando, se reconocerá que es simplemente una declaración de lo obvio. Esto es, que hoy, como consistentemente lo demuestran las encuestas de opinión, la generalidad de los católicos son efectivamente protestantes, en términos de su adhesión a la enseñanza de la iglesia, sobre fe y moral, particularmente en materias referidas a la moral sexual, incluyendo incluso la aceptación del aborto en “ciertos casos”. Peor aún, respecto del matrimonio y la homosexualidad, el católico típico de nuestros días es incluso más liberal que los protestantes evangélicos más conservadores, cuya Declaración de Nashville analicé en mi anterior artículo, ciertamente no contaría con la aprobación de la mayoría de los católicos practicantes. Por ejemplo, Life Site News informa que “dos de cada tres católicos (un solidísimo 67 %) dijo a Pew Poll Surveyors que ahora apoya el ‘matrimonio gay’.”

Esta “conversión” de facto de católicos al protestantismo liberal era perfectamente predecible. En efecto, fue predicha por el Papa Pío XI, en su condena al “movimiento ecuménico”, de origen protestante, en la década de 1920. Al prohibir cualquier participación en este movimiento subversivo, Pío XI lanzó esta advertencia, en su notable encíclica Mortalium Animos (1928):

“Este emprendimiento es tan activamente promovido en muchos lugares, para ganarse la adhesión de muchos ciudadanos y hasta tomar posesión de las mentes de muchísimos católicos y los seduce con la esperanza de forjar una unión que resulte acorde a los deseos de la Santa Madre Iglesia quien, sin duda, no tiene en su corazón otra cosa que no sea un llamado a sus hijos errados y traerlos de regreso a su seno. Pero, en realidad, debajo de estas palabras dulzonas y halagos se oculta un gravísimo error, con el cual los fundamentos de la fe católica son destruidos por completo.”

El error en cuestión es el de reducir las diferencias entre católicos y protestantes a temas simplemente debatibles, que son dejados de lado, en favor de un “diálogo ecuménico”, en torno a verdades más fundamentales. Así lo explicaba Pío XI:

“Las controversias, por lo tanto, dicen, y las diferencias de opinión, de larga data, que mantienen las divisiones hasta el día de hoy, entre los miembros de la familia cristiana, deben ser dejadas de lado completamente y, con las restantes doctrinas, formar una forma común de fe propuesta como creencia y en la profesión de fe de manera que todos no solo sepan, sino que sientan que son todos hermanos. Las múltiples iglesias y comunidades, si se unen en una especie de federación universal, estarían entonces en condiciones de oponerse con fuerza y éxito al progreso de la irreligión.”

En otras palabras, el “movimiento ecuménico” llevaría inexorablemente a la aceptación católica de una Cristiandad con un mínimo común denominador, en la que el denominador queda determinado por el incesante declinar moral y espiritual de las sectas protestantes, cuyos adherentes son los menos interesados en someterse a la autoridad del Papa y delMagisterium.

Pero, ignorando la previsora advertencia de Pío XI, las fuerzas progresistas lograron, en el Concilio Vaticano II, el aval de este, precisamente del “movimiento ecuménico”, por medio del documento conciliar Unitatis redintegratio, que repentinamente aprobó la participación católica en el mismo movimiento que Pío XI había condenado solo 25 años antes. Lo que vino después fue la plétora de encuentros, liturgias y otros gestos “ecuménicos” que han puesto a la Iglesia Católica en el mismo nivel de las sectas protestantes, que han llegado a negar no solo las verdades reveladas, sino hasta los preceptos de la ley natural, relativos al matrimonio, la procreación y la santidad de la vida humana, en todas las etapas de su existencia.

Y ahora vemos el resultado final de ese desastroso error de juicio prudencial, tal cual lo había predicho Pío XI:

“Siendo así, está claro que la Sede Apostólica no puede, bajo ningún pretexto, tomar parte es sus asambleas y de ninguna manera es legítimo que los católicos apoyen o trabajen en tales emprendimientos; porque, si lo hacen, estarán dando origen a una falsa cristiandad, muy extraña a la única Iglesia de Cristo”.

Y hoy, ironía de las ironías, los protestantes más conservadores (como los del Sínodo Luterano de Missouri) no quieren tener nada que ver con el insano propósito vaticano de un “ecumenismo católico”, que ya ha degenerado a las principales denominaciones protestantes, incluidos los anglicanos lunáticos, precisamente porque estos protestantes más conservadores rechazan el indiferentismo religioso que debe seguir los pasos del “ecumenismo”.

El resultado final del “ecumenismo”- y sin dudas de toda la “apertura al mundo” posterior al Vaticano II- fue descrita por Juan Pablo II, en su exhortación apostólica sobre el estado de la fe en Europa, aunque jamás admitió la culpa de su propia conducción de la Iglesia, en su ruinosa adopción de lo mismo que Pío XI había condenado. Cito a Juan Pablo II: “La cultura europea da la impresión de una ‘apostasía silenciosa’ por parte del pueblo que cuenta con todo lo que necesita y que vive como si Dios no existiese”. Pero, ¿pudo, Juan Pablo II haberse percatado del rol de la jerarquía de la Iglesia, en su programática renuncia a la función, divinamente encomendada, como la única arca de salvación, alentando así a los miembros de su propio rebaño a abandonar la nave?

¿Cuándo admitirán los dirigentes de la Iglesia que este reciente medio siglo de experimentación con la novedad ha sido una debacle total, produciendo la peor crisis en la historia de la Iglesia? Solo cuando triunfe el Inmaculado Corazón de María, después de la consagración de Rusia, obedeciendo la orden divina.

Gracias por difundir

Traducido de Fatima Network

El resultado del ecumenismo: la apostasía

Por Christopher A. Ferrara
15 de septiembre del 2017

Como lo informó Gloria TV (que cita a orf.at), el archimodernista Cardenal Walter Kasper, cuya falsa noción de “misericordia” ha animado todo el proyecto de Sagrada Comunión para los adúlteros públicos, acaba de declarar que “hoy en día ya no existen diferencias significativas entre protestantes y católicos...”

Comprensiblemente, el comentario provocó un sentimiento de ultraje entre los católicos ortodoxos, pero reflexionando, se reconocerá que es simplemente una declaración de lo obvio. Esto es, que hoy, como consistentemente lo demuestran las encuestas de opinión, la generalidad de los católicos son efectivamente protestantes, en términos de su adhesión a la enseñanza de la iglesia, sobre fe y moral, particularmente en materias referidas a la moral sexual, incluyendo incluso la aceptación del aborto en “ciertos casos”. Peor aún, respecto del matrimonio y la homosexualidad, el católico típico de nuestros días es incluso más liberal que los protestantes evangélicos más conservadores, cuya Declaración de Nashville analicé en mi anterior artículo, ciertamente no contaría con la aprobación de la mayoría de los católicos practicantes. Por ejemplo, Life Site News informa que “dos de cada tres católicos (un solidísimo 67 %) dijo a Pew Poll Surveyors que ahora apoya el ‘matrimonio gay’.”

Esta “conversión” de facto de católicos al protestantismo liberal era perfectamente predecible. En efecto, fue predicha por el Papa Pío XI, en su condena al “movimiento ecuménico”, de origen protestante, en la década de 1920. Al prohibir cualquier participación en este movimiento subversivo, Pío XI lanzó esta advertencia, en su notable encíclica Mortalium Animos (1928):

“Este emprendimiento es tan activamente promovido en muchos lugares, para ganarse la adhesión de muchos ciudadanos y hasta tomar posesión de las mentes de muchísimos católicos y los seduce con la esperanza de forjar una unión que resulte acorde a los deseos de la Santa Madre Iglesia quien, sin duda, no tiene en su corazón otra cosa que no sea un llamado a sus hijos errados y traerlos de regreso a su seno. Pero, en realidad, debajo de estas palabras dulzonas y halagos se oculta un gravísimo error, con el cual los fundamentos de la fe católica son destruidos por completo.”

El error en cuestión es el de reducir las diferencias entre católicos y protestantes a temas simplemente debatibles, que son dejados de lado, en favor de un “diálogo ecuménico”, en torno a verdades más fundamentales. Así lo explicaba Pío XI:

“Las controversias, por lo tanto, dicen, y las diferencias de opinión, de larga data, que mantienen las divisiones hasta el día de hoy, entre los miembros de la familia cristiana, deben ser dejadas de lado completamente y, con las restantes doctrinas, formar una forma común de fe propuesta como creencia y en la profesión de fe de manera que todos no solo sepan, sino que sientan que son todos hermanos. Las múltiples iglesias y comunidades, si se unen en una especie de federación universal, estarían entonces en condiciones de oponerse con fuerza y éxito al progreso de la irreligión.”

En otras palabras, el “movimiento ecuménico” llevaría inexorablemente a la aceptación católica de una Cristiandad con un mínimo común denominador, en la que el denominador queda determinado por el incesante declinar moral y espiritual de las sectas protestantes, cuyos adherentes son los menos interesados en someterse a la autoridad del Papa y delMagisterium.

Pero, ignorando la previsora advertencia de Pío XI, las fuerzas progresistas lograron, en el Concilio Vaticano II, el aval de este, precisamente del “movimiento ecuménico”, por medio del documento conciliar Unitatis redintegratio, que repentinamente aprobó la participación católica en el mismo movimiento que Pío XI había condenado solo 25 años antes. Lo que vino después fue la plétora de encuentros, liturgias y otros gestos “ecuménicos” que han puesto a la Iglesia Católica en el mismo nivel de las sectas protestantes, que han llegado a negar no solo las verdades reveladas, sino hasta los preceptos de la ley natural, relativos al matrimonio, la procreación y la santidad de la vida humana, en todas las etapas de su existencia.

Y ahora vemos el resultado final de ese desastroso error de juicio prudencial, tal cual lo había predicho Pío XI:

“Siendo así, está claro que la Sede Apostólica no puede, bajo ningún pretexto, tomar parte es sus asambleas y de ninguna manera es legítimo que los católicos apoyen o trabajen en tales emprendimientos; porque, si lo hacen, estarán dando origen a una falsa cristiandad, muy extraña a la única Iglesia de Cristo”.

Y hoy, ironía de las ironías, los protestantes más conservadores (como los del Sínodo Luterano de Missouri) no quieren tener nada que ver con el insano propósito vaticano de un “ecumenismo católico”, que ya ha degenerado a las principales denominaciones protestantes, incluidos los anglicanos lunáticos, precisamente porque estos protestantes más conservadores rechazan el indiferentismo religioso que debe seguir los pasos del “ecumenismo”.

El resultado final del “ecumenismo”- y sin dudas de toda la “apertura al mundo” posterior al Vaticano II- fue descrita por Juan Pablo II, en su exhortación apostólica sobre el estado de la fe en Europa, aunque jamás admitió la culpa de su propia conducción de la Iglesia, en su ruinosa adopción de lo mismo que Pío XI había condenado. Cito a Juan Pablo II: “La cultura europea da la impresión de una ‘apostasía silenciosa’ por parte del pueblo que cuenta con todo lo que necesita y que vive como si Dios no existiese”. Pero, ¿pudo, Juan Pablo II haberse percatado del rol de la jerarquía de la Iglesia, en su programática renuncia a la función, divinamente encomendada, como la única arca de salvación, alentando así a los miembros de su propio rebaño a abandonar la nave?

¿Cuándo admitirán los dirigentes de la Iglesia que este reciente medio siglo de experimentación con la novedad ha sido una debacle total, produciendo la peor crisis en la historia de la Iglesia? Solo cuando triunfe el Inmaculado Corazón de María, después de la consagración de Rusia, obedeciendo la orden divina.

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