domingo, 1 de octubre de 2017

Los cuatro fines de la misa de siempre.

                                Hace algunas horas atrás asistí a la misa tradicional y un fiel de la misma quedó sorprendido por la siguiente conversación: " La misa tiene 4 fines principales. El primer fin de la misa es propiciatorio, vale decir, al ser la misa sacrificio en ella se ofrece una víctima propicia. En éste caso, se ofrece a Nuestro Señor Jesucristo como víctima propicia para pagar la deuda infinita que el hombre tiene con Dios al ofenderlo por medio de nuestros Primeros Padres en el Paraíso. Sólo una Víctima de valor infinito podía pagar esa deuda infinita que el hombre produjo al ofender a Dios.
                           El segundo fin de la misa es latréutico o de adoración.  A Dios se lo debe adorar por ser ÉL quien es, nuestro creador y Padre, a ÉL le debemos todas las cosas y todas las cosas existen sólo por ÉL. Sin éste fin la misa pierde esencialmente validez. El tercer fin de la misa es expiatorio, es decir, se expían nuestros pecados al aplacar  la Justicia Divina por medio de la víctima ofrecida. La misa aplaca la Justicia de Dios y extiende al mismo tiempo su misericordia.
                        El cuarto fin de la misa es de alabanza, a Dios se lo debe alabar y agradecer por cada bien que nos hace. Dar gracias a Dios por todo lo que nos da es algo que tenemos que hacer como reconocimiento a cuánto bien recibimos. Pues bien, esos fines de la misa permanecen unidos a una teología que proviene de la revelación misma de Dios. Los fines de la misa no han sido inventados por la Iglesia Católica, sino que provienen del depósito de la revelación. Dios mismo se ha encargardo de instruírnos desde el Antiguo Testamento cómo quiere que le ofrezcamos el sacrificio qué ÉL desea. El altar, el incienso, los ornamentos y una serie de utensilios del sacrificio fueron dispuestos por intervención de Dios en el Antiguo Testamento.
                        Como la Iglesia Católica es la continuadora de la religión hebrea, sus altares y su víctima continúan de un modo perfecto aquello que en la antiguedad se ofrecía de un modo imperfecto. Lamentablemente, en la misa nueva de la Iglesia que nace después del Vaticano II los fines se subordinan y se centran tan sólo en uno, el sacrificio de alabanza, donde la acción sacerdotal queda subordinada a un carácter asambleísta que nace de la teología protestante que tanto influyó en la reforma litúrgica.
                     Lex orandi lex credendi, la ley de la oración y la ley de la fe están unidas. Al cambiar el modo de orar cambia inmediatamente el modo de la fe. Dime como rezas y te diré en qué crees dice el refrán popular. Nuestros cambios teológicos llevan lamentablemente a un cambio de la oración y de la fe. Todo esto tiene que ver con la sobrevivencia de nuestra fe.
                     Muchísimos fieles católicos no conocen nuestra fe, por consiguiente, ignoran los efectos perniciosos que significa adulterar la misma. Sin la fe nadie se salva. Con una fe distorsionada menos aún. Las consecuencias son eternas. Sólo la verdad de Dios nos lleva al cielo. Por lo cual, debemos amar con todo nuestro ser esa Revelación Divina a costa incluso de nuestra propia vida.

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