miércoles, 29 de junio de 2016

Comunicado del Superior General de la FSSPX

Comunicado del Superior General de la FSSPX

Noticia aparecida en DICI, 29-Jun-2016.

Comunicado del Superior general

Al término de la reunión de los superiores mayores de la Fraternidad San Pío X que se llevó a cabo en Suiza, del 25 al 28 de junio de 2016, el Superior General dirige el siguiente comunicado:

La finalidad de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X es principalmente la formación de los sacerdotes, condición esencial para la renovación de la Iglesia y para la restauración de la sociedad.

1. En la gran y dolorosa confusión que reina actualmente en la Iglesia, la proclamación de la doctrina católica exige denunciar los errores que han penetrado en su seno, promovidos, lamentablemente, por un gran número de pastores, incluso por el mismo Papa.

2. La Fraternidad San Pío X, en el actual estado de grave necesidad que le concede el derecho y el deber de proporcionar los auxilios espirituales a las almas que recurren a ella, no busca ante todo un reconocimiento canónico, al que tiene derecho por ser una obra católica. Lo único que desea es llevar fielmente la luz de la Tradición bimilenaria que señala el único camino que debe seguirse en esta época de tinieblas, en la que el culto del hombre reemplaza el culto de Dios, tanto en la sociedad como en la Iglesia.

3. La “restauración de todas las cosas en Cristo”, que quería San Pío X siguiendo a San Pablo (Efe. 1, 10), no podrá lograrse sin el apoyo de un Papa que favorezca concretamente el retorno a la Santa Tradición. A la espera de ese día de gracia, la Fraternidad San Pío X quiere redoblar los esfuerzos para restablecer y difundir, con los medios que le da la Divina Providencia, el Reinado social de Nuestro Señor Jesucristo.

4. La Fraternidad San Pío X reza y hace penitencia para que el Papa tenga la fuerza de proclamar íntegramente la fe y la moral, pues de ese modo acelerará el triunfo del Corazón Inmaculado de María que deseamos, ahora que nos aproximamos al centenario de las apariciones de Fátima.

Mons. Bernard Fellay, Superior General de la Fraternidad San Pío X
Ecône, 29 de junio de 2016
En la fiesta de los Apóstoles San Pedro y San Pablo

PADRE CARREIRA Y LAS LEYES DE LA NATURALEZA.

ORIGEN DEL UNIVERSO –PRINCIPIO ANTRÓPICO Manuel M. Carreira, S.J. Las cosmogonías primitivas, incluyendo muy probablemente el relato del Génesis, se limitan a describir un proceso de estructuración de un caos original, expresado en términos de un océano tenebroso, donde monstruos pueden tener guarida y que se supone es eterno. Se discute la posibilidad de que Aristóteles haya expresado el concepto de creación -comienzo en un sentido estricto- sin que haya, según los intérpretes más numerosos, una respuesta convincente. En las cosmogonías de Asiria, Mesopotamia, o en las sagas nórdicas, se dan luchas entre dioses, que utilizan los cuerpos de los vencidos como materia prima para las estructuras básicas de cielo, tierra y raza humana. Lo mismo podemos encontrar en algunos mitos del Nuevo Mundo (Aztecas, Incas) y en muchos otros pueblos. En las tradiciones de la India y otras culturas orientales se presenta, en un plan más filosófico, una evolución de la divinidad, que por un desarrollo cíclico da lugar al mundo material y en él a la humanidad: no hay verdadera distinción entre el dios (apenas de carácter personal) y el mundo. Por todo ello no hay creación ni comienzo absoluto, sino emanación, posiblemente en un proceso eterno. Según Sto. Tomás de Aquino sería filosóficamente sostenible la hipótesis de un mundo creado en la eternidad, que ha existido durante un tiempo infinito. No se planteaba el problema de la duración ilimitada de procesos físicos, como la producción de energía en las estrellas: los astros, siendo de naturaleza distinta que la materia del mundo sublunar, podrían brillar indefinidamente sin requerir ningún tipo de combustible. Tampoco había ninguna indicación, a simple vista, de que el Universo evolucionase en forma alguna; ni se buscaba una razón física de los movimientos de los astros del sistema solar a través de las “estrellas fijas”, pues faltaba realmente el concepto de interacción por fuerzas físicas. Esta hipótesis filosófica de un mundo eterno era el supuesto común entre los científicos de los siglos que siguen al florecer de la ciencia tras los geniales trabajos de Newton: un Universo básicamente estático e inmutable, infinito en sus dimensiones espaciales y temporales, máquina perfecta y autónoma sin principio ni fin, en la que “nada se crea ni se destruye”. El papel de Dios, explícitamente aceptado por Newton (entre otros muchos científicos de los siglos XVII y posteriores), consistía en ajustar periódicamente las órbitas planetarias para que sus múltiples perturbaciones gravitatorias no terminasen en un caos destructor del gran “reloj” del sistema solar. Las consecuencias paradójicas de admitir la infinitud espacial y una masa infinita de estrellas se formularon precisamente por la extrapolación del raciocinio científico. La paradoja de Olbers, popularizada por este autor, exigía un cielo sólidamente tachonado de estrellas y tan brillante en todos sus puntos como la superficie del Sol, pues en un Universo eterno aun posibles nubes opacas, que ocultarían las estrellas lejanas, deberían alcanzar un equilibrio térmico que convertiría su materia oscura en una fuente de luz de la misma potencia. Fuerzas gravitatorias causadas por una masa infinita en todas direcciones deberían cancelarse exactamente, dando una fuerza neta de valor cero, sobre todo suponiendo (como había hecho Newton) una velocidad infinita de propagación para su efecto atractivo, aunque la objeción sigue en pie con cualquier velocidad finita si el Universo es eterno. El desarrollo de la Termodinámica, con sus leyes de la conservación y degradación de la 1 energía, lleva a la necesidad de contestar a una nueva pregunta: ¿por qué brillan todavía las estrellas? Siendo fuentes de energía, que exige algún tipo de combustible, deben llegar a agotar cualquier reserva y tienen que terminar apagándose. Es necesario, por lo tanto, enfrentarse con un dilema en que ambas posibles respuestas contienen el concepto de creación: o bien el Universo es joven, y la mayoría de las estrellas no ha tenido aún tiempo de agotarse (creación del Universo en su totalidad en un tiempo relativamente reciente, comparable a la vida media de una estrella), o el Universo es eterno, pero hay creación de nueva materia para que se formen nuevas estrellas al ritmo necesario para compensar la muerte de las que agotan sus combustibles nucleares. Es un hecho extraño el encontrarnos, en una época de tanto aprecio por el raciocinio científico, con un silencio general acerca de este dilema, aunque se discute la fuente de energía del Sol y se ve la imposibilidad de reconciliar las edades de la vida en la Tierra con procesos energéticos basados en la combustión química o en la contracción gravitatoria. Parece haber un rechazo meramente instintivo de toda idea de un posible comienzo: veremos que este rechazo perdura durante mucho tiempo, aun después de encontrar razones experimentales que apoyan la finitud temporal. Es importante notar que el principio antes enunciado - “nada se crea ni se destruye”- es solamente una constatación de que ningún proceso de transformación de la materia altera el acervo total de masa-energía en un experimento, o en cualquier interacción explicable por las cuatro fuerzas del mundo físico. Tiene valor como criterio de contabilidad experimental en el laboratorio, y ha llevado, lógicamente, a predecir nuevas partículas (neutrinos) o formas de energía para obtener el balance correcto en situaciones cuando parecía violarse. Pero deja sin responder la pregunta más básica acerca de la existencia de la materia misma y de sus fuerzas (modos intrínsecos de actuar la materia ya existente); pregunta que permanece en cualquiera de las dos respuestas de creación y que no permite elegir entre ellas. Tal elección debe hacerse según el criterio científico de comprobación experimental de cualquier hipótesis y sus consecuencias previsibles y calculables. La Teoría de la Relatividad Generalizada, propuesta por Einstein en 1915, introdujo un nuevo elemento teórico en la discusión: las ecuaciones de un Universo cuatridimensional, con un espacio-tiempo que se curva por la presencia de toda la masa-energía existente, exigen que la totalidad material sea un sistema evolutivo, en expansión o en contracción1 . El espacio tridimensional observable debe aumentar o disminuir de volumen como función del tiempo, con la consecuencia de que los cúmulos de galaxias cambiarán sus distancias relativas con la edad del Universo, arrastradas por la expansión o contracción del mismo espacio vacío (aunque las galaxias se mantengan sin cambio dentro del cúmulo por estar en un conjunto gravitatorio estable, y lo mismo deba decirse de las estrellas y planetas en estructuras de menor amplitud). Como consecuencia de este cambio de volumen, la densidad del Universo también varía con el tiempo. Y si el Universo se expande, su previa evolución debe llevarnos a un comienzo calculable en el pasado. Sea cual fuese la reacción personal de Einstein a estas consecuencias, ningún astrónomo de aquel entonces tenía razón alguna de observación para aceptar un cambio evolutivo de estas características: no había datos que lo apoyasen. En muchos, como mostró su comportamiento 1Tal consecuencia fue indicada a Einstein en varias cartas por el astrónomo holandés De Sitter. Einstein mostró su “irritación” ante el resultado imprevisto. 2 subsiguiente, se daba también el rechazo instintivo de una conclusión filosófico-teológica que la ciencia no podía incorporar en su metodología de causas y efectos, regidos siempre por leyes de la materia. Por eso no es de extrañar que Einstein intentase cambiar sus ecuaciones para que permitiesen un Universo estático, introduciendo la “constante cosmológica”, equivalente a una anti-gravedad que anularía, a gran distancia, la tendencia de las galaxias a concentrarse por su atracción mutua. Tal constante se interpretaba como una energía intrínseca al vacío físico, de intensidad exactamente tal que cancelase la curvatura positiva del espacio debida a la presencia de masa, en el caso de grandes espacios alejados de concentraciones de galaxias. Así parecía posible evitar cualquier movimiento sistemático de las grandes masas por sus fuerzas gravitatorias. No tardó mucho en demostrar el matemático ruso Friedman que las ecuaciones, aun con la constante cosmológica, mostraban un Universo inestable: cualquier movimiento de masas rompería el equilibrio global y daría lugar a la expansión o contracción que se había querido evitar. Lo mismo calculó independientemente el astrofísico y sacerdote belga Lemaître en 1927 (aunque su deducción apenas fue conocida hasta 1930): no es posible un Universo estático de acuerdo con las leyes de la Física. Y, para sorpresa de todos los físicos y astrónomos, anunció Edwin Hubble en 1929 la inesperada comprobación de que el Universo se expande: el estudio de galaxias externas al Grupo Local mostraba un corrimiento al rojo de sus líneas espectrales proporcional a su distancia de nosotros. Por afectar igualmente a todas las longitudes de onda, el corrimiento no podía atribuirse a ningún fenómeno de interacción con un medio intergaláctico o de carácter local: la única explicación aceptable era la de un “efecto Doppler” indicativo de velocidades crecientes de recesión. Tal expansión isotrópica, en que los cúmulos de galaxias se ven arrastrados por la expansión del espacio mismo, incrementa también las longitudes de toda onda que atraviesa el espacio, en proporción exacta a la longitud de onda original y a la distancia de la fuente emisora.2 Confesó Einstein que la introducción de la constante cosmológica había sido el mayor error de su vida: tuvo en sus ecuaciones la predicción más asombrosa en la historia de la ciencia, y no se atrevió a aceptarla. Y la razón básica de tal resistencia es la misma que ocasionó disgusto y escepticismo en muchos astrónomos: la consecuencia necesaria de admitir un Universo de volumen cada vez más reducido en el pasado y, finalmente, de llegar a un comienzo a partir de algo arbitrariamente próximo a volumen cero según nos aproximamos al momento inicial de la expansión. Por ser el tiempo, según la Relatividad, un parámetro de la materia, también es necesario decir que “antes, no había antes”, y que el comienzo marca el paso total de nada a algo, la verdadera creación de todo lo que es el conjunto de realidades materiales del Universo observable, con sus componentes y sus leyes. También la Física debe comenzar. La paradoja termodinámica tenía una solución: el Universo no es eterno. Y esto mismo indicaban también los estudios de procesos nucleares, que al explicar la producción de energía en las estrellas llevaban a una época previa en que toda la masa del Universo debía existir en forma de Hidrógeno solamente, materia prima para la formación de núcleos más pesados por reacciones a temperaturas progresivamente crecientes en las estrellas de suficiente masa. La abundancia de Hidrógeno en los astros que estudiamos apunta a una edad relativamente breve de evolución, pues de ser indefinidamente amplio el tiempo, todos los átomos serían ya más 2 2 Einstein viajó a California desde Berlin para visitar a Hubble y convencerse de que sus espectros e realmente indicaban la expansión del Universo. Así lo anunció luego a la prensa. 3 complejos. Y la edad calculada por la expansión es del mismo orden de magnitud que la que se deduce de la desintegración de materiales radioactivos, de la evolución de estrellas en cúmulos globulares, y del tiempo límite para la estabilidad de cúmulos de galaxias. A pesar de toda reacción de disgusto, se hizo necesario hablar científicamente de un comienzo, y la palabra “creación” se introdujo en el vocabulario de la Cosmología, aunque fuese solamente en un sentido mínimo, que indica la necesidad de llegar a un límite temporal en el proceso de inferencia de condiciones previas a partir de los datos actuales, pero sin querer darle un contenido filosófico. La hipótesis de Lemaître propuso un comienzo explosivo, con un “super- átomo” radioactivo del cual se formarían por sucesivas desintegraciones todos los elementos y las partículas que hoy observamos; la constante cosmológica fue abandonada como factor equilibrante (aunque se mantiene en diversas formulaciones, incluida la de Lemaître, por razones diversas), y el Universo evolutivo se convirtió en el paradigma a partir del cual podían explicarse las observaciones y los cálculos teóricos. En 1948 George Gamow propuso un modelo explosivo más de acuerdo con los nuevos conocimientos de la física de las fuerzas nucleares. El Universo comienza en un estado de pura energía, de la cual se sintetizan partículas como protones, neutrones y electrones. Cuando los fotones dejan de tener energía suficiente para “materializarse” en pares de partículas, se dan reacciones nucleares mientras la temperatura excede los 10 millones de grados: durante la primera media hora, reacciones de nucleosíntesis producen todos los elementos en orden decreciente de abundancia, según su número y peso atómico aumenta. Al cabo de medio millón de años la temperatura de los gases en expansión desciende lo suficiente para que dejen de estar ionizados y se hagan transparentes a la radiación: fuerzas gravitatorias comienzan entonces el proceso de aglomerarlos en galaxias y estrellas. Como residuo de esa etapa debe ser posible encontrar una radiación que llena todo el espacio con una temperatura de unos pocos grados sobre cero absoluto y también comprobar la relativa abundancia de los diversos elementos. La razón de ser de la explosión queda tras el misterio del momento cero: aunque Gamow tituló su libro de 1952 “La Creación del Universo” (Viking Press, N.Y.), quiso entender tal palabra como una estructuración de alguna materia informe (“hylem”), según la usamos hablando de “creaciones” artísticas. Es mantener la idea primitiva de las cosmologías mencionadas previamente. La hipótesis de Gamow chocó muy pronto con las consecuencias de la física nuclear: solamente el Hidrógeno y el Helio pueden explicarse como productos de esa fase primitiva. La inestabilidad del Litio-5 y del Berilio-8 hacía difícil el paso a átomos más complejos, mientras que la temperatura en descenso no permitiría reacciones que exigen temperaturas tanto más elevadas cuanto mayor es el número atómico. Al mismo tiempo era incompatible la edad del Universo calculada por la expansión a partir del momento cero (unos 2.000 millones de años según los datos astronómicos de la época) con una edad de la Tierra de casi 5.000 millones obtenida por los materiales radioactivos de las rocas. Estas paradojas parecían insolubles en aquel momento. Casi simultáneamente se formuló una alternativa. Bondi y Gold (1948) y Hoyle (1950) sugirieron algo drásticamente distinto: un Universo sin evolución temporal en gran escala, pensado para evitar un comienzo o un fin, y adecuado a las observaciones y experimentos de la Astronomía y la Física de partículas. La síntesis de todos los elementos más pesados que el 4 Hidrógeno se atribuye a reacciones nucleares en las estrellas; se acepta la expansión predicha por Einstein y detectada por Hubble, y se afirma la constancia de densidad del Universo gracias al postulado de la continua creación de nuevos átomos de Hidrógeno, que aparecen estrictamente “de la nada”, sin causa explicativa. Así puede ser eterno el Universo sin que las estrellas dejen nunca de brillar, aunque la hipótesis no exige la eternidad previa: sería posible un comienzo temporal en unas condiciones como las presentes, que luego se mantienen indefinidamente. Tal posibilidad no era contemplada por los proponentes de este “Estado Estacionario”, opuesto al “Big Bang” (que ellos mismos nombraron así, aunque tal vez sin sentido derogatorio): un comienzo en condiciones tan concretas sería ciertamente arbitrario y minaría la principal razón de proponer la teoría. Ambas propuestas fueron debatidas durante casi veinte años, sin pruebas claras que permitiesen elegir científicamente. Sin embargo, a partir de la década de los años 50, una serie de medidas experimentales ha dado valor definitivo a la descripción del Universo en evolución a partir de una fase inicial de alta densidad y temperatura: la Gran Explosión o “Big Bang”. Esta fase, durante la cual las elevadas temperaturas dieron lugar a reacciones nucleares y a radiación de características específicas, es lo único que necesariamente incluye la teoría, aunque hay diversas interpretaciones más cuestionables de otras posibles fases previas o de modalidades de la expansión subsiguiente para poder explicar la formación de las grandes estructuras que hoy observamos. Dificultades de explicar la estructuración de la materia en escalas de galaxias o cúmulos se describen a veces como “crisis” de la teoría: más correctamente deben verse como indicaciones de que la descripción del estado primitivo debe incluir otros parámetros no bien conocidos, pero que no alteran lo fundamental. La dificultad de explicar los detalles de la morfología terrestre y la formación de montañas o la producción de movimientos de placas continentales no lleva tampoco a poner en duda la descripción básica de una Tierra esférica. COMPROBACIONES EXPERIMENTALES De una manera esquemática podemos sintetizar las consecuencias lógicas de ambas teorías rivales, para someter luego sus predicciones al refrendo experimental: El Universo evolutivo (Big Bang) implica: - Una fase primitiva de corta duración con alta densidad y temperatura, que da lugar a una determinada abundancia de elementos ligeros: 90% de átomos de H, casi 10% de He y una fracción mínima (1/100.000) de Deuterio (H pesado) y de He-3. - Radiación remanente de esa época, que por la expansión del espacio debe hoy tener una temperatura aparente de unos pocos grados Kelvin (sobre cero absoluto), y debe llenar todo el cosmos con un fondo de microondas prácticamente uniforme y con el espectro propio de un cuerpo negro (un radiador perfecto). - Evolución de estructuras, perceptible en la existencia a gran distancia (épocas primitivas) de objetos que ya no se encuentran en el presente Universo (a distancias cósmicas reducidas que observamos con luz emitida hace relativamente poco tiempo). Por el contrario, la hipótesis del Estado Estacionario (Creación Continua) predice: 5 - Formación de He solamente en las estrellas, con la consecuencia de un progresivo aumento en su abundancia desde las estrellas más antiguas hasta el presente, tal como se observa en el caso de los elementos más pesados (“metales” en lenguaje astronómico). No puede explicarse directamente la existencia de Deuterio, un elemento frágil que se destruye en las estrellas. - Radiación atribuida solamente a procesos estelares, sin las características de distribución de frecuencias de un cuerpo negro casi al cero absoluto, por incluir energías emitidas por multitud de estrellas de diversas temperaturas y por diversos procesos. - Uniformidad de contenido del Universo en todas las épocas, sin ningún tipo de objeto en el pasado que no exista también en el presente. La expansión debe mostrar galaxias más antiguas y más evolucionadas a mayor distancia del observador, a no ser que se alejen a un ritmo suficiente para que solamente sean observables galaxias relativamente recientes.. Es el trabajo experimental el que debe decidir cuál de estas teorías se ajusta a la realidad observable. Y los datos han dado consistentemente la razón a la hipótesis evolutiva. Peebles, Wagoner y Hoyle, en 1966 y 1967, calcularon las abundancias predichas por el Big Bang para el H (75% de la masa cósmica), el He-4 (casi el 25%) y las pequeñas proporciones de He-3, Deuterio y Litio-7. Las medidas espectrales de composición estelar dan estos mismos valores, dentro de los márgenes experimentales de error. Todas las estrellas, de cualquier edad, tienen básicamente la misma proporción de He-4, indicación clara de que este elemento antecede la formación de estrellas y la nucleosíntesis que ocurre durante su evolución. El He-4 y el Deuterio han sido detectados en la proporción predicha en nubes intergalácticas, utilizando el gran telescopio Keck de 10 metros de apertura (en las islas Hawaii), y telescopios de ultravioleta en órbita terrestre. Como el Deuterio, muy sensible a las altas temperaturas, se destruye en las estrellas, su actual abundancia resulta inexplicable si se atribuye solamente a choques aleatorios entre otros elementos en el espacio o en situaciones poco plausibles en superficies estelares. En 1965 Penzias y Wilson escucharon “el grito del Universo al nacer” (según frase del ”New York Times”) cuando utilizaban un radiotelescopio para captar ondas de radio de satélites artificiales. Una radiación de fondo, uniforme en todo el cielo, daba un ruido de estática en la longitud de onda de 7,35 cm; su origen era desconocido. R. Dicke la atribuyó correctamente al fenómeno previsto por Gamow y olvidado durante casi 20 años: en el mismo número de la revista científica “Astrophysical Journal Letters” se anunció el descubrimiento y se indicó su interpretación3 . Medidas subsecuentes, incluyendo las del reciente satélite COBE (Cosmic Background Explorer), han mostrado que la distribución de frecuencias en microondas y en el infrarrojo es exactamente la correspondiente a un cuerpo negro a una temperatura de 2,73 K (unos -270 C). Los cambios en la composición del Universo a lo largo del tiempo fueron evidenciados primeramente por la estadística de radiofuentes como función de la distancia. En 1955 M. Ryle publicó un catálogo en que se advertía el número creciente de tales objetos en el pasado; más tarde, el descubrimiento de cuásares (núcleos activos de galaxias) añadió otro dato importante: no hay cuásares en nuestra vecindad, a centenares de millones de años-luz, pero su abundancia crece al observar épocas de hace 8 a 12 mil millones de años. El Universo ha evolucionado. 3 3 Penzias y Wilson recibieron el Premio Nobel en 1978 por este descubrimiento. 6 Así llegamos a una conclusión que es prácticamente admitida por los cosmólogos como indudable: no hay alternativa científica para la descripción evolutiva. Hemos encontrado las cenizas y el resplandor de aquel fuego inicial, y podemos estar seguros de su existencia hace unos 14.000 millones de años, aunque la edad es todavía discutible. También es objeto de controversias la descripción detallada de los diversos procesos que ocurren desde el momento cero hasta que el Universo termina la fase de nucleosíntesis original, y, más tarde, los que dan razón de la formación de galaxias y cúmulos en un tiempo relativamente rápido. Teorías de unificación de fuerzas, la posible existencia de materia oscura no-bariónica, partículas hipotéticas, se invocan como soluciones a diversos problemas teóricos y experimentales. Pero el núcleo explicativo del “Big Bang” no depende de estos refinamientos: en las palabras del gran astrofísico Yakov Zeldovich, “es parte tan firme de la Física moderna como puede serlo la Mecánica de Newton”. Los proponentes de la Creación Continua, especialmente Fred Hoyle, han intentado de forma más o menos artificial reconciliar su hipótesis con los datos que la contradicen. Sugiriendo que el Big Bang representa solamente un fenómeno relativamente local, proponen que el Universo es mucho más amplio en dimensiones que lo que nosotros podemos observar, y que todavía puede ser siempre igual en gran escala, aunque evolucione en nuestro entorno. Realmente se pide que se acepte una hipótesis sin prueba alguna, con una afirmación gratuita y apriorística acerca de cómo es el Universo, fuera de toda posibilidad de observación y claramente en contra de la metodología científica. Propuestas de cómo la radiación estelar puede transformarse en la radiación de fondo no han sido recibidas con mayor entusiasmo, ni lo han sido tampoco sugerencias varias de “explicaciones” del corrimiento al rojo por algún fenómeno desconocido de “luz cansada” que cede energía al espacio vacío que atraviesa, remedando exactamente el efecto Doppler. Halton Arp ha insistido durante años en sistemas que parecen indicar conexiones físicas entre galaxias y cuásares con corrimientos al rojo muy diferentes en sus espectros, cuestionando la interpretación de tal corrimiento como indicativo de distancias diversas, y haciendo dudar así del dato básico de la Cosmología desde Hubble: la expansión del Universo. Medidas de distancia basadas en el fenómeno de “lentes gravitatorias”4 han establecido, sin lugar a duda razonable, que muchos cuásares están a las grandes distancias cosmológicas sugeridas por su corrimiento al rojo, mientras que las conexiones afirmadas por Arp no pueden confirmarse como ciertas ni en casos concretos ni en análisis estadísticos de su frecuencia. Y, aun en caso de confirmarse, sólo indicarían que un fenómeno de naturaleza desconocida puede remedar el efecto Doppler en algunos casos, sin invalidar los otros cálculos de distancia (y, por tanto, de evolución) en la mayoría de ellos. Indudablemente será necesario refinar medidas de la constante de Hubble, que todavía se debate entre valores de 65 km/s/Mpc5 y de 75 km/s/Mpc. De ellos se obtienen diversas edades del Universo, que pueden resultar incompatibles con la edad atribuida a estrellas en cúmulos 4 4 Según la Relatividad Generalizada , un campo gravitatorio desvía la trayectoria de rayos luminosos, permitiendo imágenes múltiples o distorsionadas de objetos más lejanos. 5 5 Un Megaparsec equivale a 3,26 millones de años-luz 7 globulares. Los datos más recientes de distancias estelares (satélite Hipparcos) y de cúmulos de galaxias apuntan hacia una convergencia de valores hacia los 70km/s/Mpc, con una edad cósmica superior a los 13 eones, ya posiblemente suficiente para permitir las edades de estrellas en cúmulos globulares. Y éstas pueden refinarse en algún grado con hipótesis plausibles de composición y evolución estelar, mientras continúan los esfuerzos por determinar distancias a galaxias más lejanas, sobre todo con los datos del telescopio espacial. FORMULACIONES RECIENTES: UNIVERSO INFLACIONARIO En un esfuerzo por explicar simultáneamente la homogeneidad de la radiación de fondo y la falta de homogeneidad a escalas de cúmulos de galaxias, Alan Guth y autores subsiguientes han propuesto una fase rapidísima de expansión del Universo cuando su edad era de poco más de una trillonésima de trillonésima de segundo (aprox. 10-35 s). Utilizando ideas de teorías de unificación de todas las fuerzas de la naturaleza a temperaturas suficientemente elevadas, se propone un “cambio de fase” cuando se diferencia la fuerza nuclear fuerte de la electrodébil, con liberación de energía y aumento de diámetro del Universo por un factor de 1050, o todavía más. Así se explica que el Universo aparezca plano (con curvatura cero) y que las fluctuaciones cuánticas, supuestas por actividad espontánea del vacío, queden impresas en la distribución de densidad y den lugar a la formación de galaxias. Otras hipótesis semejantes sugieren la multiplicación de burbujas cuánticas que se desarrollan en una infinitud de universos independientes (Linde), en un proceso sin comienzo ni fin. En cada uno de ellos pueden darse diversas constantes físicas, afectando a la dimensionalidad del espacio o al número y relación de intensidad de fuerzas o parámetros de partículas. Todo lo cual es necesariamente inobservable y sin efecto en el mundo físico de nuestra experiencia. Pasada la fase de inflación, el desarrollo del Big Bang se describe según el modelo ya aceptado. El único cambio es la exigencia de que el Universo actual tenga exactamente la densidad crítica y, en alguna teoría, la predicción de que el protón debe desintegrarse con una vida media del orden de 1032 años. Ambas predicciones se encuentran sin verificación experimental: todos los datos actuales indican que la densidad es muy inferior a la crítica, y la desintegración del protón, en experimentos de los últimos 15 años, no ha sido observada: su vida media, de ser inestable, sería tan prolongada que no cabe tecnología plausible para confirmarla. Tampoco se consideran satisfactorias las teorías mencionadas de unificación de fuerzas: ninguna formulación evita todos los problemas teóricos, ni habrá comprobación experimental con tecnología previsible. Aun la unificación incompleta de reducir todo a la gravedad y a una superfuerza, sugiere partículas tan masivas que solamente un acelerador de diámetro comparable a distancias estelares podría dar lugar a su formación. Ni tenemos una opción clara por una teoría que resuelva la incompatibilidad fundamental entre Relatividad y Teoría Cuántica. Todo lo cual lleva ya a diversos autores a comentar negativamente una “Física” que suena a elucubración meramente matemática o filosófica. Aunque el deseo de conocer más profundamente las propiedades de la materia sea digno de todo aprecio, es una ganancia muy cuestionable el evitar condiciones iniciales de la radiación y las fuerzas del Big Bang original con condiciones igualmente arbitrarias de un vacío físico previo o del comportamiento de las fuerzas. Lógicamente no puede deducirse a priori cómo debe ser el comienzo del Universo, sino inferirse de los datos que describen lo que hoy observamos. 8 ORIGEN: CREACIÓN EN SENTIDO METAFÍSICO Según su metodología, restringida a la descripción de las interacciones experimentables de la materia, el físico-cosmólogo busca el estado más primitivo del Universo, a partir del cual puede explicarse la evolución hasta el presente. Por tanto, no puede hablar estrictamente de un momento cero, pues en un tiempo cero nada puede acontecer. Ni puede tampoco dar razón de que el Universo comience: si el estado lógicamente previo no tiene propiedades ni leyes ni algún tipo de contenido material, no puede hacerse cálculo alguno sobre él; un problema físico solamente puede tratarse con la especificación de condiciones iniciales y leyes de desarrollo. “De la nada, nada sale”, decían ya los antiguos filósofos griegos. Con un simbolismo intuitivo de la matemática, ninguna operación sobre el cero puede dar lugar a un resultado finito, excepto la multiplicación por un infinito estrictamente dicho, que ya no es un número en sentido unívoco, pues no puede numerar nada real. Si ha de darse una realidad material donde se comienza con nada de ese orden, es preciso admitir la actividad de un infinito no-material, una potencia trascendente que no encaja en la descripción de realidades físicas, por no estar ni siquiera en el marco espacio-temporal en que actúa la materia. No se trata de buscar una causa más en una cadena de causas cada vez más primitivas, pero todas del mismo orden, como tampoco es el infinito matemático un número más en la serie de números reales, por grande que sea su valor. Es necesario algo totalmente nuevo, no constreñido por mecanismos cuantitativos: sólo una potencia infinita puede hacer existir un átomo o un Universo sin utilizar una realidad anterior. Esto es lo que implica la ley de conservación de masa y energía. Dice S. Hawking, en su libro La Historia del Tiempo, que su hipótesis de un Universo sin principio ni fin (aunque sea únicamente así en un tiempo imaginario) cuestiona la necesidad de un Creador. Indica esta afirmación que se concibe al Creador como solamente un eslabón más en la cadena de causas físicas. Pero la creación no es un proceso físico de la materia existente, sino la razón explicativa de su existencia y de su continuación en el ser, y esta necesidad de causa suficiente se da en cualquier realidad finita, independientemente del tiempo y, más aún, de cualquier formalismo matemático. Recordemos que nuestras ecuaciones son capaces de describir las relaciones que nosotros encontramos en la naturaleza o en conceptos abstractos, pero no dictan lo que las cosas son, ni pueden darles el ser a ningún nivel: el mismo Hawking lo reconoce así. Estas mismas consideraciones ponen de manifiesto el juego de palabras de decir que el Universo aparece de la nada por un proceso que se funda en la inestabilidad y propiedades cuánticas del vacío físico. Toda la Física de la Relatividad y de la Mecánica Cuántica han subrayado en forma inequívoca la realidad material del vacío físico, de ese espacio con propiedades geométricas, electromagnéticas y cuánticas, un hervidero de actividad subatómica en el nivel de distancias y tiempos mínimos de Planck: todo lo contrario de la nada. Hablar de la creación como “the ultimate free lunch” (“la más estupenda comida gratis”, en frase de Alan Guth) es utilizar las palabras en forma totalmente contraria a su sentido no sólo filosófico sino también físico. Sigue siendo verdad que de la nada, nada “sale”, porque no hay contenido alguno; sigue siendo también verdad, como reverso de la misma incapacidad de la nada para ser parte de un proceso físico, que nunca puede dejar de existir por efecto de interacción alguna aquello que ya existe, por mínima que sea su masa o energía dentro de la totalidad del Universo. Este es, una vez más, 9 el significado de la ley de conservación de masa y energía, tal vez la más básica y universal de nuestra ciencia. Coinciden así los datos científicos y el análisis filosófico, formas complementarias de describir la realidad material y su comienzo. No se pide a la Cosmología física una prueba de la existencia del Creador, ni su descripción, pero los datos que subrayan la mutabilidad y contingencia de la materia llevan, en toda lógica, a la necesidad de una causa nomaterial que da la existencia a todo cuanto es materia. Esto incluye también al espacio vacío y al tiempo en el que se da el desarrollo de la evolución cósmica. Nuestra imaginación se resiste a tal principio: el mismo Newton exigía un espacio previo, eterno e infinito, necesario y anterior a toda materia; también un tiempo absoluto, que con su eterno fluir formaba el marco de cualquier cambio observable. Ambas realidades eran no-materiales, y Newton llegaba a identificarlas con atributos divinos. Pero el genio de Einstein nos llevó a una concepción dinámica en que el espacio y el tiempo se ven afectados por la masa y la energía de procesos físicos, y es en esa interacción donde encontramos el significado de su naturaleza material, aunque no podamos imaginar sus características ni su origen y evolución. En la Relatividad Generalizada se resuelve la paradoja espacial, de un Universo homogéneo y sin límites, pero que no contiene una masa infinita en un espacio también infinito, evitando así la paradoja de Olbers y su versión gravitatoria. Un Universo finito pero ilimitado, con un volumen calculable en principio, expresa la finitud espacial; su evolución a partir de un volumen arbitrariamente reducido apunta a la finitud temporal. Solamente así se tiene una descripción coherente con los datos experimentales y con las leyes físicas conocidas. Las hipótesis inflacionarias, en cuanto solamente tratan de efectos físicos de cambios de fase en el cosmos observable, no alteran lo dicho, pero siguen sin confirmación experimental en sus predicciones. Si sugieren etapas previas de un vacío físico en un hervidero de actividad cuántica, no tienen otro efecto que cambiar las condiciones iniciales a otra situación igualmente “arbitraria” en sus parámetros. Otras extrapolaciones de “universos burbujas” son imposibles de verificar, y no pueden considerarse seriamente como hipótesis científicas en el sentido estricto de la palabra. Hablando de su hipótesis de “Universos bebé” para explicar el valor cero de la constante cosmológica, dice Stephen Hawking que discutirlos puede parecer equivalente a preguntarse cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler. En el momento en que las hipótesis dejan de ser confirmables experimentalmente, al menos en principio, hemos abandonado el campo de la ciencia en su sentido estricto, y se habla solamente de construcciones abstractas motivadas o por un mero formalismo matemático o por posiciones filosóficas más o menos reconocidas explícitamente. Todo lo cual puede ser intelectualmente estimulante, pero no contribuye a la descripción objetiva de la realidad material del mundo observable, único objeto del quehacer científico moderno EL PRINCIPIO ANTRÓPICO El “Principio Copernicano”, invocado frecuentemente en la Cosmología moderna, insiste en la homogeneidad del Universo, negando cualquier primacía de posición o propiedades asociadas con la existencia humana. Toma su nombre de la propuesta de Copérnico (ya anteriormente formulada por Aristarco) de desplazar a la Tierra de la posición central ocupada en el sistema de Tolomeo, aunque tal centralidad se debiese a la falta de paralaje estelar y no a una 10 sobrevaloración de nuestra existencia en el planeta. El paso siguiente lo dio Shapley hace un siglo, al mostrar que tampoco el Sol ocupa el centro de la Vía Láctea. Finalmente, el Universo “finito pero ilimitado” de Einstein niega la posibilidad de encontrar un centro en su volumen tridimensional, y afirma la equivalencia de posición de todos los puntos del espacio. No tiene sentido preguntar dónde estamos en el continuo expandirse de un Universo que contiene probablemente más de 100.000 millones de galaxias, y que vuelve insignificante la majestuosa estructura de la Vía Láctea, nuestra ciudad cósmica. Sin embargo, a partir de la década de los años 30, se da una reacción interesante, que afirma, cada vez con argumentos más fuertes y detallados, que el Hombre está en un tiempo y un lugar atípicos y privilegiados en muchos respectos, que obligan a preguntarnos si nuestra existencia está ligada en un modo especial a características muy poco comunes en el Universo. Esta pregunta adquiere un significado especial al considerar las consecuencias previsibles (según las leyes físicas) de cualquier alteración en las condiciones iniciales del Universo. Con un eco de las palabras de Einstein: ¿tuvo Dios alguna alternativa al crear? No solamente debemos dar razón de que el Universo exista, sino de que exista de tal manera y con tales propiedades que la vida inteligente puede desarrollarse en él. Tal es la razón de que se formule el Principio Antrópico, en que el Hombre (entendido en el sentido filosófico de “animal racional”, independientemente de su hábitat y su morfología corporal) aparece como condición determinante de que el Universo sea como es. Las primeras sugerencias de una conexión entre vida inteligente y las propiedades del Universo en su momento actual aparecen en las relaciones adimensionales hechas notar por Eddington: la razón de intensidad entre fuerza electromagnética y fuerza gravitatoria entre dos electrones, entre la edad del Universo y el tiempo en que la luz cruza el diámetro clásico de un electrón, entre el radio del Universo observable y el tamaño de una partícula subatómica, nos da cifras del orden de 10 elevado a la potencia 40. El número de partículas nucleares en todo el cosmos se estima como el cuadrado de ese mismo número. ¿Son éstas coincidencias pueriles o esconden un significado profundo? La hipótesis de los grandes números sugiere que el Hombre solamente puede existir en un lugar y momento determinado, cuando tales coincidencias se dan, aunque no se avanza una explicación de estas relaciones. Como la edad del Universo es un factor necesariamente cambiante, o bien se supone que en otra época sería imposible la vida inteligente, o se sugiere el cambio de constantes físicas como función del tiempo para que se mantengan las mismas proporciones. Otra posible alternativa sería utilizar la edad del Universo en un momento crítico de su evolución, en lugar del presente. En cualquier caso no se ve una razón clara para la elección de una propuesta más que otra, y tampoco recibe apoyo experimental la idea de la mutabilidad de las propiedades de la materia (carga y masa de las partículas elementales e intensidad de la fuerza gravitatoria) según envejece el Universo, propuesta por Dirac como parte de un modelo de Universo no-evolutivo. Dicke, en 1961, hace notar que estas relaciones de grandes números son características de un Universo que se encuentra en una etapa de su evolución que permite la existencia de vida inteligente: solamente después de unos 10 eones (miles de millones de años) hay suficiente abundancia de elementos pesados para que un planeta como la Tierra dé lugar a la complejidad química de la vida y permita su desarrollo hasta el Hombre; la edad no debe ser tan avanzada que no existan estrellas adecuadas para mantener la vida. Lo que hoy observamos está 11 condicionado por la necesidad de condiciones que permitan la existencia del observador: hay una relación casi tautológica que más tarde se conocerá con el nombre de “Principio Antrópico Débil”. Con una paráfrasis sucinta: ya que de ser distinto el Universo actual no existiríamos para observarlo, nuestra actividad de observadores presupone que las condiciones físicas son adecuadas para el Hombre. Otra nueva exigencia, referida ya a las condiciones iniciales, la hacen notar Collins y Hawking en 1973: solamente un Universo con densidad muy próxima a la crítica6 permitirá que se formen galaxias, estrellas y planetas, de modo que un Universo que contiene observadores inteligentes debe ser isotrópico. Carter, al año siguiente, elaboró la conexión entre condiciones iniciales y nuestra existencia al hacer notar que cualquier variación en los parámetros fundamentales de la materia (densidad, intensidad de fuerzas) llevaría en sus consecuencias calculables a una imposibilidad de evolución hasta el nivel humano. Por tanto, el Universo debe poseer en su primer instante las condiciones que permitirán su evolución hacia la vida y su realización en algún momento de su historia: es el “Principio Antrópico Fuerte”.7 Elaboraciones subsiguientes de Gale, Carr, Rees y Wheeler han subrayado en gran detalle las “coincidencias” que deben darse para que sea posible la existencia de estrellas con duración suficiente para el desarrollo de la vida, para que se sintetice el Carbono y se evite su total transformación en Oxígeno, para que exploten las supernovas que siembran el espacio con los elementos más pesados que el Helio. Todo lo cual depende de los valores iniciales de las cuatro fuerzas y de la masa total del Universo. Simultáneamente se dan estudios de las características de tipo local, y los hechos “improbables”, o imprevisibles por ley física alguna, que han hecho de la Tierra un planeta privilegiado: coincidencia de radio orbital con la zona habitable alrededor del Sol, masa adecuada para una atmósfera moderada, inclinación del eje y su estabilidad (atribuida a la presencia de la Luna, con el carácter único de su formación), núcleo de hierro líquido y campo magnético subsiguiente, tectónica de placas. Incluso los episodios de extinción catastrófica aparecen como fortuitos, pero críticos para una evolución que culmina en los mamíferos y en el Hombre. Cualquier modificación en la historia del planeta podría haber dado como resultado su esterilidad vital, o la limitación de formas vivientes. No es extraño que todas estas consideraciones lleven a un punto de vista muy negativo al evaluar la probabilidad de vida inteligente aun en la inmensidad de la Vía Láctea. El prestigioso astrofísico soviético Shklowskii llego a decir, en un simposio sobre vida extraterrestre (Rusia, 1976) que la aparición de vida inteligente en la Tierra es literalmente “un milagro”, y probablemente un caso único en el Universo. Resumiendo las diversas formulaciones del Principio Antrópico, podemos aceptar su denominador común: el Universo tiene características, no impuestas por ninguna necesidad 6 6 La densidad crítica es aquella que permite una expansión hacia un tamaño máximo, que nunca se a alcanza exactamente: define un Universo “plano”. La densidad actual, no conocida con exactitud, pero dentro de un factor de 10 de la crítica, exige un valor casi exactamente crítico en el primer momento. 7 Con mayor detalle se puede encontrar discutido el tema en el libro de J. BARROW y F. TIPLER, “The Anthropic Cosmological Principle”, Clarendon Press, Oxford 1986. 12 física previa, gracias a las cuales es posible la vida inteligente, al menos en nuestro planeta. Si nos preguntamos por la razón de que sea así, aparecen como posibles dos soluciones: o bien nuestro Universo las tiene “por casualidad”, o porque ha sido diseñado para nuestra existencia. Veamos las implicaciones de ambas, con un análisis cuidadoso del significado de cada concepto y de sus consecuencias físicas y filosóficas. AZAR Aceptar que todos los parámetros físicos iniciales tienen el conjunto de valores y relaciones que permiten la vida futura solamente por casualidad, no tiene sentido en el caso de UN Universo, pues el azar es correlativo de la probabilidad de diversos resultados en muchos casos similares. Los proponentes de esta solución acuden, consecuentemente, a la hipótesis de infinitos universos, bien simultáneos, bien consecutivos. La mayoría de ellos serán estériles, pues es mucho más probable cualquier variación incompatible con la vida que la coincidencia de todos los parámetros adecuados. Pero en tal conjunto infinito deben darse todas las posibilidades, incluyendo el Universo que habitamos: nuestra existencia es la consecuencia lógica de la infinita variabilidad de condiciones iniciales, que no “prevén” al Hombre, sino que llevan a él necesariamente en algún lugar y algún momento. La infinitud sucesiva de universos se sugiere como modo de evitar también los problemas de origen y fin. En un Universo cerrado, cuya expansión da lugar a contracción y colapso, se espera un nuevo Big Bang al final de cada ciclo, con una re-estructuración de todas las propiedades físicas, desde la dimensionalidad del espacio hasta el número y tipo de fuerzas y de partículas elementales. No es necesario detenernos en detalles de tal hipótesis, pues es totalmente gratuita; ni los datos experimentales ni las teorías aceptables permiten el colapso, ni es evitable un total derrumbe de la materia en un agujero negro en caso de ocurrir. Tampoco hay base científica para sugerir un rebote explosivo del agujero negro: no hay un paralelismo entre el Big Bang, que ocurre sin espacio circundante ni etapa difusa previa, y el supuesto rebote en un espacio ya existente y después de una contracción impuesta por la atracción gravitatoria entre las grandes masas de los cúmulos de galaxias, cuya velocidad llegaría a frenarse totalmente antes de comenzar la segunda parte del ciclo. La radiación no es frenada, y cada ciclo comenzaría con un porcentaje menor de masa y con más radiación, como resultado de la evolución estelar. Así se destruye la posibilidad de infinitos ciclos en el pasado (incompatibles con la entropía del Universo en la actualidad) y se debe predecir un Universo abierto después de un número finito de ciclos en el futuro. Así lo demostraron Tolman (hace más de 60 años) y más tarde Novikov y Zeldovich, Dicke y Peebles. Ni es aceptable como teoría física la de Hawking, de un Universo sin principio ni fin, porque es cíclico en un “tiempo imaginario”. Aunque esta variable sea suficiente para solucionar las ecuaciones relativistas, su uso es meramente formal, y Hawking admite que en el tiempo real el Universo tuvo principio, y siguen con todo su valor las medidas de densidad y otros parámetros que excluyen el colapso. Si el número infinito de universos se considera coexistente, son las teorías de unificación de fuerzas las que sugieren su realidad, especialmente la hipótesis inflacionaria de Guth y Linde. Se parte del punto de vista cuántico para atribuir al vacío físico una constante actividad de formación y destrucción de partículas diversas, con propiedades y masas infinitamente variables. 13 En la etapa inicial, todas estas fluctuaciones dan lugar a “semillas de universos” con todas las características posibles, que se desprenden del fondo caótico de manera independiente, para luego expandirse y evolucionar sin conexión alguna entre ellos. Así se llega a proponer la posibilidad teórica de que una tecnología suficientemente avanzada pueda “crear” universos en el laboratorio, con unos pocos kilos de masa comprimida a la densidad del vacío físico inicial. Es claro que no puede someterse esta hipótesis a la comprobación experimental exigida por la metodología científica, y no tiene en su favor ninguna medida ni consecuencia observable, aunque un formalismo matemático, expresando hipótesis de unificación sin refrendo alguno, pueda sugerir la multitud de universos que afirma. Ni responde finalmente a la pregunta, todavía más acuciante, del por qué de todos y cada uno de ellos, por qué el vacío físico tiene tales propiedades cuánticas, y por qué existe una INFINITUD REAL de objetos materiales, para la cual no hay justificación alguna. DISEÑO Queda pues, como única solución explícita a la adecuación del Universo para la vida inteligente el admitir que sus características han sido diseñadas para este fin. Entra así en la discusión el concepto de finalidad: algo intangible, no cuantificable ni explicable por ninguna ecuación o actividad de las cuatro fuerzas de la materia. Deja de tratarse de un principio físico, pues no conduce a ninguna predicción experimentalmente verificable: nos encontramos otra vez en el terreno de la Metafísica, aunque los datos que nos llevan a su formulación provengan del estudio de la realidad material a todos los niveles. J.A. Wheeler, uno de los más prestigiosos físicos actuales, propone la siguiente cadena de raciocinio, base de su “Principio Antrópico Participatorio”: La propiedad más básica y universal de la materia es su mutabilidad. Esta implica la ajustabilidad. Y todo lo que es ajustable, debe ser ajustado para que sea de una manera concreta. Por tanto, el Universo fue ajustado en sus primeros instantes. Como el ajuste es lo más restrictivo cuando se exige que el Universo alcance la estructuración que permite la vida inteligente, hay que concluir que ya desde el primer momento todos los parámetros se ordenan a la existencia del Hombre. Cuando se pregunta por el autor de este “ajuste”, Wheeler recurre al concepto de “observador cuántico”, que causa el colapso de la onda de probabilidad que describe a un sistema, y vuelve “real” uno de sus posibles estados. Y así llega a la sorprendente afirmación de una causalidad circular: el Hombre, conociendo al Universo, determina cómo fue el Universo en su comienzo, para que luego pueda aparecer el Hombre, que va a ser responsable de ese ajuste inicial. Realmente es un modo de razonar jamás visto en ciencia alguna, aunque busque su apoyo en los experimentos cuánticos de selección posterior, explicada por algunos autores por una especie de causalidad retroactiva. Pero nunca se sugiere que tal causación, aun si se acepta, condicione la misma existencia del observador que la produce. Para Wheeler, solamente es “real” un Universo que es observado. No explica ni el concepto de “real” ni tampoco quién es responsable de la observación, o en qué momento. Parece arbitrario afirmar que es “el Hombre” el que ejercita su papel de observador, cuando aun hoy la casi totalidad de la población humana sería totalmente incapaz hasta de comprender qué debe 14 observar y cómo debe determinar las constantes físicas en un pasado desconocido de hace 15 eones. Ni parece lógico negar realidad a las etapas evolutivas previas al Hombre, que constituyen la casi totalidad de la historia del Universo. O caemos en un simple juego de palabras o en un idealismo que lleva a decir que sólo existe la realidad como consecuencia de mi actividad cognoscitiva; de ser así, la consecuencia obvia sería el afirmar que ahora el Hombre causa que el mundo material observado tenga la existencia actual, pero no que la haya tenido en un pasado anterior al observador. También queda sin responder la pregunta que Wheeler mismo confiesa es la que subyace a toda la investigación del problema: ¿por qué existe ALGO en lugar de NADA? Ningún observador cuántico es responsable de que haya materia que se rige por leyes cuánticas. Pregunta también Stephen Hawking por qué hay en realidad un Universo que se ajusta a las ecuaciones que lo describen como posible. Hemos llegado a la médula del problema: lo que Wheeler presenta como “mutabilidad” es una manifestación de la CONTINGENCIA, la incapacidad esencial de existir por sí mismo de todo aquello que es cambiante. Sólo un Ser necesario, inmutable, no material, sin limitación alguna, puede existir por su propia esencia, y dar razón suficiente de que exista lo que no es necesario sino contingente. Así llegamos a la última interpretación del Principio Antrópico: El Universo ha sido ajustado por su Creador, ya desde el primer momento, para que su evolución lleve a condiciones compatibles con la vida en el máximo nivel de vida inteligente; con tal afirmación se da una razón suficiente de que “exista algo en lugar de nada”. CREACIÓN Y FINALIDAD Todo agente que actúa inteligentemente actúa por un fin, conocido y querido, que determina los medios para alcanzarlo. El Creador de potencia infinita, que puede dar el ser al Universo en un paso total de nada a algo, debe conocer todas las posibilidades de una infinitud de universos potenciales, y elegir entre ellos aquel que se ajusta a un fin determinado libremente, pues no se trata de una actividad de emanación necesaria o de desarrollo interno “dialéctico” de algo cambiante en su ser intrínseco, sino de creación estricta de una realidad de orden inferior. Es una inteligencia infinita la que prevé todas las consecuencias de cada posible variación de parámetros físicos, en toda la historia ilimitada de cada partícula y sus combinaciones. Y es una voluntad libre la que elige crear uno de esos conjuntos materiales, con propiedades y leyes adecuadas para que se obtenga el fin previsto como resultado cierto de la actividad de que se dota a la materia en el momento de crearla. El Creador no tiene que acudir a remediar fallos en la evolución de su obra, ni puede ser sorprendido por ninguna etapa de su desarrollo, que va a ocurrir en todo momento gracias a la acción conservadora de lo que, de otro modo, volvería instantáneamente a la nada. Dice Pagels que el Principio Antrópico es lo más que pueden acercarse algunos científicos ateos a la admisión de un Dios Creador, pero por quedarse corto en sus afirmaciones, deja simultáneamente de ser científico y de dar una respuesta filosófica. En cambio, dice él, puede uno ser más explícito y consecuente afirmando el Principio Antrópico Teístico: el Universo parece hecho a la medida del Hombre porque ha sido, realmente, hecho PARA el Hombre. La ciencia no prueba la existencia de Dios Creador, pero sienta las bases para un raciocinio metafísico que lleva lógicamente a Él. Y no es éste un concepto abstracto de una “Totalidad 15 Cósmica” o una “Naturaleza” personificada en forma mitológica, ni tampoco un Dios que crea como un ejercicio banal de su potencia y no se preocupa del Hombre, sino un Dios personal, inteligente y libre, cuyo crear es, finalmente, un acto de benevolencia, que no impone la actividad creativa, pero es razón suficiente de ella: el Bien tiende a comunicarse a otros. Solamente desde este punto de vista puede justificarse también la existencia de un Universo cuya evolución futura lleva, inexorablemente, a la destrucción de todas las estructuras y condiciones que hacen posible la vida. Para que el Universo no sea “una broma de mal gusto” hay que salvar de la futilidad la misma existencia del Hombre, hacia el cual va dirigida su creación. Y es en la naturaleza especial del Hombre como ser consciente e inteligente donde puede encontrarse finalidad duradera, por encima de la simple belleza de fuegos artificiales de estrellas y galaxias, que han cumplido su cometido preparando la venida del ser humano. La necesidad de una nueva causa no-material para dar razón de actividades que no pueden explicarse por las cuatro fuerzas físicas nos lleva a una perspectiva más allá de la destrucción de estructuras materiales, porque también la existencia humana aparecería sin suficiente valor si fuese algo fugaz y destinado a la disolución final. La respuesta total debe encontrarse en el hecho indudable de la presencia en el Hombre de consciencia, pensamiento abstracto, actos libres. Su única explicación lógica es la admisión de una realidad íntimamente unida a la materia y condicionada por ella en su proceder, pero que no es materia. Y lo que no es material puede, en principio, seguir existiendo aunque la materia se desmorone. Basta esto para salvar al Universo de ser absurdo: ha permitido que exista una realidad no limitada por el marco de espacio-tiempo propio de la materia, y que puede sobrevivir a su destrucción, en un no-tiempo inimaginable. Naturalmente, nada puede decir la Física ni la Cosmología de tal modo posible de existir, aunque se encuentren autores (Tipler, La Física de la Resurrección) que especulan acerca de una extraña supervivencia de la consciencia humana, al menos como especie inteligente, mediante la transferencia de todos nuestros logros culturales a un soporte informático duradero. Realmente resulta incomprensible considerar la existencia de unos dominios magnéticos u ópticos en un ordenador como equivalente a la propia inmortalidad, como tampoco lo es el darse por satisfecho con que unas células se mantengan en un cultivo de laboratorio. Ni es el ser humano mera genética ni sobrevive realmente en un escrito su autor, por muy genial y completa que sea su obra. Todavía más especulativa y de ciencia-ficción es la sugerencia de que la inteligencia humana, potenciada por una tecnología desarrollada en épocas lejanísimas, pueda impedir la destrucción de las estructuras materiales, que la Física predice como consecuencia de la evolución de estrellas y galaxias, llegando incluso a reciclar un Universo ya agotado. Son estas ideas testimonio de que nuestra razón se niega a aceptar el absurdo de un cosmos sin sentido, pero no ofrecen una solución basada ni en Física ni en una Filosofía coherente con la realidad humana y con las leyes de la materia. NOTA ADICIONAL En la discusión detallada de las propiedades de la materia se pueden mencionar como importantes parámetros para la existencia y evolución de la vida los datos de la Física más 16 profunda, además de las características macroscópicas de orden astronómico. En una breve enumeración: - Las cuatro fuerzas que rigen la actividad material son de diversas intensidades, no deductibles de ninguna ley conocida. La fuerza electromagnética es del orden de 1040 veces más intensa que la gravitatoria en la interacción entre dos electrones. Un cambio de una unidad en ese enorme exponente es suficiente para que se haga imposible la formación de estructuras vivientes. - La fuerza nuclear fuerte es 137 veces más intensa que la electromagnética. Una variación mínima en esa relación tiene como consecuencia la imposibilidad de formar elementos más pesados que el Helio, sin los cuales no puede haber vida. - La fuerza nuclear débil tampoco puede ser modificada sin que como consecuencia se haga que la vida media del neutrón resulte incompatible con la formación de los elementos en la abundancia necesaria para que haya estrellas de vida larga (en períodos suficientes para la evolución vital) y que la explosión de supernovas ocurra con las características adecuadas para poder formar planetas de tipo terrestre. - La masa del protón (unidad de carga positiva) es 1836 veces mayor que la del electrón (unidad de carga negativa). Un cambio mínimo en esa razón de masas altera la posibilidad de formar moléculas extremadamente complejas, necesarias para la química viviente. - La energía de la luz visible es tal que permite la función clorofílica, base de la vida vegetal que renueva el oxígeno de la atmósfera y permite vida macroscópica. Y el agua es transparente a esas longitudes de onda, como lo es la atmósfera (casi opaca al ultravioleta y al infrarrojo de onda larga). - El agua tiene tal estructura que sirve como disolvente para la variedad de moléculas propias de la química orgánica, en una amplia gama de temperaturas adecuadas para sus reacciones. Y es, sorprendentemente, menos densa en el estado sólido que como líquido: al enfriarse de los 4 a los 0 oC se dilata, y por eso el hielo flota. De no ser así, pronto serían una masa helada todos los océanos, ríos y lagos, haciendo imposible toda vida. - Los niveles de energía de los átomos de Carbono y Oxígeno tienen unos valores de los que depende que ambos elementos puedan formarse en abundancia en la evolución estelar tras la síntesis del Helio. Hoyle predijo que debían darse esos niveles (desconocidos hace 40 años) como condición necesaria para una evolución que debía permitir la vida: una predicción de orden “antrópico” que se confirmó por medidas muy exactas. - El Carbono es el elemento insustituible para que puedan darse las moléculas gigantescas de la vida (el ADN) y un metabolismo de utilización eficiente del Oxígeno. Solamente el Silicio se ha considerado como alternativa, pero sus enlaces químicos son más débiles que los del Carbono, y las grandes moléculas se rompen mucho antes de lograr una complejidad comparable. Y mientras ambos elementos se combinan fácilmente con el Oxígeno, en un caso se obtienen gases reactivos y fácilmente utilizables (CO2 y CO) y en el otro un sólido inerte (SiO2), el abundante cuarzo de nuestras rocas terrestres. Científicos del máximo prestigio han confesado repetidamente que el estudio de tantas “coincidencias” que hacen posible nuestra existencia lleva naturalmente a hablar de un plan, un ajuste inteligente de la naturaleza ya en su primer instante. Citando a Hoyle: “Una interpretación de los hechos de acuerdo con el sentido común sugiere que una superinteligencia ha ajustado la Física, y también la Química y la Biología, y que no hay en la naturaleza “fuerzas ciegas” que valga la pena mencionar. Los números que se calculan basándose en los hechos me parecen tan abrumadores que esta conclusión resulta indudable”. 17 El astrofísico inglés George Ellis añade: “Un ajuste verdaderamente maravilloso ocurre en las leyes que hacen posible esta complejidad. Dándose cuenta de la complejidad de lo que se obtiene se vuelve muy difícil el evitar la palabra ‘milagroso’ sin tomar partido con respecto al significado ontológico de la palabra”. Arno Penzias (premio Nobel por descubrir la radiación del Big Bang): “La Astronomía nos dirige a un hecho único, a un universo creado de la nada, con un delicado equilibrio necesario para producir exactamente las condiciones que permiten la vida, y tal que tiene un plan fundamental (que uno podría describir como ‘sobrenatural’”. Roger Penrose (matemático y autor de La Nueva Mente del Emperador, entre otros libros) resume todo lo indicado con la simple frase: “Diría que el Universo tiene una finalidad. No está ahí simplemente por casualidad” BIBLIOGRAFÍA EINSTEIN, A. Selección de citas en un artículo conmemorativo de Kenneth Brecher en el centenario del nacimiento de Einstein: Nature, March 15, 1979. CARR, B.J. and REES, M.J., The Anthropic Principle and the Structure of the Physical World, Nature, April 12, 1979. HAWKING, STEPHEN, The Edge of Spacetime, New Scientist, August 16, 1984. REES, M.J., The Anthropic Universe, New Scientist, August 6, 1987. TRIMBLE, V., Cosmology: Man’s place in the Universe, American Scientist, Jan-Feb 1977. WHEELER, J.A., The Universe as Home for Man, American Scientist, Nov-Dec 1974. Publicaciones del Observatorio Vaticano: RUSSELL, STOEGER, COYNE, eds. Physics, Philosophy and Theology, 1995 RUSSELL, MURPHY, ISHAM, eds. Quantum Cosmology and the Laws of Nature, 1996 RUSSELL, MURPHY, PEACOCKE, eds. Chaos and Complexity, 1995 HELLER, M., The New Physics and a New Theology, 1996 (translated by Coy

martes, 28 de junio de 2016

LAS LEYES DE LA NATURALEZA


LAS LEYES DE LA NATURALEZA

 

 

I.- STATUS QUAESTIONIS

 

         Con sorpresa leí en el De Trinitate de san Agustín:

"Y no sólo los ángeles malos, sino incluso los hombres perversos, como vimos en el ejemplo tomado de la agri­cultura, pueden aplicar al exterior causas accidenta­les, las que, aunque se digan naturales, se utilizan siempre conforme a las leyes de la naturaleza ..."[1]

         En verdad, tenía entendido que el concepto "leyes de la naturaleza" había nacido con la revolución científica moderna, por lo que me resultó asaz extraño encontrarlo en un autor del siglo V. Me bastó consultar el texto latino para solucionar la duda. Donde el traductor lee: "se utilizan siempre conforme a las leyes de la naturaleza", el santo de  Hipona escribió: "tamen secundum naturam adhibentur". No hay, pues, alusión alguna a "leyes" las que entraron subrepticiamente en la traducción.

         Según parece, el concepto moderno se ha incorporado total­mente a nuestra cultura filosófica e, incluso, teológica, con total independencia de su origen histórico. Así, por ejem­plo, con casi la misma sorpresa leí en una obra de Philippe Delhaye:

"Diremos que, de acuerdo a las leyes de la natura­leza, un cuerpo no puede atravesar una puerta de made­ra"[2].

         Respecto de este segundo texto, solo diré que el autor está tratando de explicar la diferencia entre un hecho natural y otro sobrenatural - ejemplificada por la aparición de Jesús resucitado en el Cenáculo - la que se descubre porque el segundo no se somete a las "leyes de la naturaleza". No está demás recordar que la teología tradicional explicaba este hecho en virtud de la propie­dad de "sutileza" propia de los cuerpos resucitados. En todo caso, el libro está dedica­do a la ley natural o moral y nada tiene que ver con la cosmolo­gía.

         Mayor asombro me produjo hallar la misma expresión en el Magisterio Pontificio:

"Sin embargo, Dios provee a los hombres de manera diversa respecto a los demás seres que no son personas: no "desde fuera", mediante las leyes inmutables de la naturaleza física, sino "desde dentro", mediante la razón que, conociendo con la luz natural la ley eterna de Dios, es por esto mismo capaz de indicar al hombre la justa dirección de su libre actuación"[3].

         La encíclica agrega una nota que envía a la Summa Theologiae I-II, q. 90, a 4. ad 1m.

         Pienso que se trata de un párrafo no bien meditado que se escapó en virtud del contagio que producen las ideas general­mente admitidas. La encíclica está dedicada a la moral y es eso lo que quiere enseñar. Aquí estamos ante una mera acotación marginal, a vía de ejemplo, por desgracia, inadecuado. Permítase­nos agregar un par de reflexiones para que veamos el defecto incluido en la aparentemente anodina expresión.

         Comencemos con la cita de santo Tomás. Este no se refiere para nada a las supuestas "leyes", se limita a asegurar que la ley moral es conocida internamente por el ser humano; mucho menos establece que los cuerpos sean movidos "desde fuera", expresión que contradice toda su cosmología. Además, el declarar­las "inmutables" contradice la radical contingencia de todo este mundo. Hay, por supuesto, necesidad formal; pero, en la existen­cia, todo queda afectado por la contingencia. En verdad, la afirmación en cuestión es plenamente carte­sia­na, muy alejada del pensamiento tomista. Allí los cuerpos son "inertes", movidos desde el exterior y no en virtud de sus formas, y estos movimien­tos obedecen a leyes matemáticas, es decir, puramente formales, que, por lo mismo, son inmutables. ¿Pretende, pues, esta encícli­ca que nos convirtamos al cartesia­nismo? De ninguna manera. Como dijimos, su enseñanza es moral y nada tiene que ver con la cosmología. Pienso que se trata de una observación circunstancial no bien meditada de la que solo cabe lamentar el que haya sido escrita tan desaprensiva­mente.

         Fue justamente la lectura de este último ejemplo el que me motivó a iniciar la brevísima investigación que paso a poner en manos de mis colegas a fin de que sea criticada y perfecciona­da.

 

II.- LAS LEYES DE LA NATURALEZA EN SANTO TOMAS

 

         Es extremadamente difícil demostrar que algo no existe. Si bien jamás he hallado en el Angélico tal expresión, no por eso puedo negar que al menos el concepto podría hallarse en su obra. A pesar de lo cual me atrevo a sostener que nada parecido hay en su pensamiento; porque, si bien acepta extender la palabra "lex" a los irracionales, lo tolera sólo "per similitudinem", ya que este concepto implica una naturaleza racional la que no se da en las demás creaturas[4].

         Como escolio de lo dicho puedo ofrecer el capítulo 78 del libro tercero de la Contra Gentes que se refiere al gobierno de las creaturas irracionales encomendado por Dios a las intelec­tuales. Ya antes, en el capítulo setenta del libro segundo, había recorda­do nuestro teólogo que, según Aristóteles, el cielo tenía alma[5]. A pesar de no aceptar tal teoría, santo Tomás considera que los cuerpos infe­riores son regidos por los superiores y éstos por las inteli­gen­cias angélicas.

         De los seis argumentos expuestos - en este capítulo 78 - sólo me referiré a tres. En el primero de ellos aparece un importante "opor­tet" que nos indica que no se trata de demostra­ciones apodícti­cas sino mera­mente probables. En el segundo señala que los seres carentes de conocimiento se limitan a ejecutar el orden que desconocen, por lo que son regidos por los que lo conocen, los que, por ello mismo, participan mejor de la fuerza (virtus) del agente principal al conocer la disposición del orden creado. El cuarto señala que aquéllos actúan movidos únicamente por la fuerza operativa que emana de la propia forma del operan­te[6], la que, por carecer de universalidad conviene (oportet) que sea regida por la del ángel que posee formas universales gracias al conocimiento.

         Establecida esta doctrina "cosmológica", santo Tomás, siguiendo al Pseudo-Dionisio, nos aclara que se trata de las "virtudes", cuarto coro angélico, que tienen a su cargo regir el movimiento de los cuerpos celestes. Estas mismas "virtudes" están encargadas de los milagros, es decir, de aquellas operacio­nes que se realizan "praeter ordinem naturae"[7].

         Toda esta argumentación ha sido abandonada desde que Newton logra explicar el orden astral por el cumplimiento de las inmutables "leyes de la naturaleza". Me parece, pues, obvio que, dado que santo Tomás conside­ra que la operación de los astros brota de su propia forma individual interior y que, por ello mismo, es incapaz de justificar su inserción en un orden univer­sal, podemos asegurar que carece de dicha noción: por ello, en vez de atri­buirlo a las "leyes", lo encomienda a los ánge­les.

 

III. LAS LEYES DE LA NATURALEZA EN LA CIENCIA MODERNA.

 

         Investigando el origen de este concepto me he visto obligado a retroceder hasta ¡el siglo XIII!

         A.C. Crombie muestra cómo el neo-platonismo, al cambiar la noción de sustancia aristotélica, llevó a la matematización de la realidad corporal. Sabido es que, para el Estagirita, la materia es pura potencia­lidad y es lo que hace posible el cambio sustancial. A través de san Agustín y de Escoto Eriúgena, los medievales van a recibir esta noción ligeramente cambiada. Para los neo-platónicos lo que permanece en un cambio es la extensión actual; es decir, la pura potencialidad artistotélica ha quedado enriquecida con las tres dimensiones espaciales que los árabes pasarán a denominar "corpo­reidad común"[8]. Tal vez el primero en sufrir su in­fluen­cia fue Grosse­teste, quien identificó la corpo­reidad con la luz y llegó a sostener que la creación consistió en producir un único punto de luz que se difundió en todas direccio­nes y dio así origen a la extensión. De este modo las leyes geométricas de la óptica son el fundamento de la realidad y las matemáticas pasan a ser esenciales para la comprensión de la naturaleza[9]. Además, la única ciencia que prueba lo que sostiene es la matemá­tica[10], mientras en las demás nos halla­mos ante una "minor certitudo", porque, dado que diferen­tes causas pueden producir el mismo efecto, nunca habrá certeza[11]. Con todo, y a diferencia de Descar­tes, sostuvo que si bien la matemática es necesaria, es insufi­ciente en física.

         Con Roger Bacon se da un paso más pues intentó matema­tizar todo lo posible la ciencia física y, por lo mismo, reempla­zó la forma por las "leyes de la natura­leza" como fuente explica­tiva de los fenómenos[12]. Sin embargo, está consciente de que la física no es la última de las ciencias y que debe someter­se a la metafísica; por lo que aún falta mucho para llegar a la concep­ción moderna.

         El siglo XIV se caracterizó por ensayar todas las hipótesis, no contentarse con ninguna y sembrar el escepticismo. El renacimiento vuelca los mejores espíritus en otra dirección y habrá que esperar al XVIº para que, junto con la reedición de libros de ciencia de los siglos XIII y XIV, recomience el estudio de la naturaleza. Durante esa época la ciencia no dejó de avan­zar, lentamente, por cierto, hacia el matematicismo y mecanicis­mo, es decir, hacia la consideración de la materia como mera exten­sión sometida a las "leyes de la natura­leza"[13].

         La razón por la que Aristóteles había alejado a las matemáticas de la física radicaba en que ésta era incapaz de conocer la naturaleza esencial de las cosas. Pero a partir del éxito alcanzado por el "artista-ingeniero" Leonardo da Vinci (1452-1519) al aplicarlas a la mecáni­ca, dicha postura será abandonada. Con Galileo (1564-1642) tenemos ya la consciente renuncia a buscar esas esencias inencontrables para limitarse a lo único posible de conocer: ciertas regularidades y sus causas próxi­mas[14]. Además, insiste en la necesidad de efec­tuar medicio­nes que hagan posible expresar tales regularidades matemáticamen­te. De este modo procura reducir la experiencia a sus relaciones cuantitativas las que podrán ser expresadas mediante conceptos abstractos no observables pero de los que se puede deducir el fenómeno estudiado. Llega al convencimiento de que la naturaleza es matemática, a pesar de que ello contradiga el testimonio de los sentidos[15]. La naturaleza es, pues, geomé­trica y su compor­ta­miento depende de esa estructura geométrica: lo que no es matema­tizable es subjetivo:

"(el libro de la naturaleza) está escrito en lenguaje matemático y las letras son triángulos, círculos y otras figuras geométricas"[16].

Con él, la hipótesis com­probada expresa el orden natural y el fenómeno observado es considerado consecuencia de una "ley de la naturale­za" que es el fin de toda la investigación científica.

         Muy parecida es la contribución de su contemporáneo Francis Bacon (1561-1626) en el tema que nos ocupa. Bacon aún habla de forma, mas está enten­diendo con esta palabra lo que Galileo llamaba "ley" y también incorpora la concep­ción geométri­ca de la reali­dad, heredada del neo-plato­nismo, y que Descartes impondrá a la moder­nidad. Con otras palabras, pues su lenguaje es más tradi­cional que el de Galileo, expresa mejor el mecani­cismo.

         Sus discí­pulos geometrizarán completamente la realidad. Pierre Gassendi (1592-1655), continuador de Galileo, identificará el espacio real con el de Euclides abandonando por completo la concepción aristotélica y Robert Boyle (1627-1691), el continua­dor de Bacon que impregna­rá con estas ideas la Royal Society y tendrá notable influencia en Newton, se sintió forzado a alzar el empirismo baconiano frente al racionalismo de Descartes por lo que fue calificado, en su misma época, de "restaurador de la filosofía mecanicista en Inglaterra"[17], y se convenció de que la doctrina aristotélica sobre las "naturalezas" era inútil, por lo que intentó explicar todas las propiedades de los cuerpos por la materia y el movimiento: por el tamaño, forma y movimiento de las partículas que lo componen. Ciertamente, abrazó el mecanicismo tan dogmáticamente que jamás discutió su veracidad.

         En este sentido Descartes (1596-1650) no aporta nada nuevo. Su mérito radica en establecer al mecanicismo como única filosofía posible en un mundo completamente geometrizado y sometido a las "leyes de la naturaleza", del cual han desapare­cido las formas, las causas eficientes, las esencias, las cuali­dades secundarias: es decir, todo lo que los sentidos corpóreos y el "sentido común" muestran como real. Si bien es verdad que su física será reempla­zada por la de Newton, su filosofía se manten­drá incólume.

 

IV.- CONSECUENCIAS INESPERADAS

 

         Como todos sabemos, Descartes creía que su método alejaría para siempre al escepticismo de la filosofía y, además, afirmaría la verdad de la religión católica ante los "liberti­nos". Cornelio Fabro ha demostrado fehacientemente el origen cartesiano del ateísmo contemporáneo[18]. Gilson y Crombie demues­tran que el materialismo proviene íntegramente del método inven­tado por el "soñador" - como lo llamaría Lokhe - francés[19].

         Conviene que nos detengamos un momento en este punto dado que fue este pensador uno de los que impuso al mundo el determinis­mo basado en esta concepción y, tal vez, su influjo, al menos en el aspecto filosófico, fue el preponderante.

         Uno de los que mejor y más brevemente ha estudiado este aspecto es E. Gilson. Este crítico nos llama la atención sobre el primer propósito del famoso autor moderno: la "matemática univer­sal". Se trataba de un saber universal, o mejor aún, un método universal que abriría las puertas de la ciencia a la humanidad. La metafísica, considerada hasta entonces como la reina, pasaría a ser un mero capítulo de aquélla. La primera consecuencia de tan original punto de partida parece intrascendente: así como la matemática trabaja con ideas y nada más que con ideas, así también lo ha de hacer la filosofía y toda la ciencia. Por eso, la definición es la cosa misma; afirmación obvia en matemáticas, peligrosísima en filosofía y fundadora de esa actitud que hoy llamamos idealismo. Advertamos, para comprender mejor el peligro, que las ideas son exclusivas y excluyentes.

         El primer fruto de su método será el "cogito". Así descubro que soy una cosa que piensa; es decir, que duda, entien­de, concibe, afirma, niega, quiere, rehúsa, imagina, siente. Permítasenos sorprendernos ante la mescolanza de actos - espiri­tuales unos, sensibles otros; intelectuales unos, volitivos otros - incluidos en este concepto que, además, se pretende "claro y distinto". Justamente esta última nota nos recuerda que debemos excluir del cogito todo lo que no le pertenece: cuerpo, nutri­ción, movimiento, sensación, etc.. Llegamos a la conclusión de que el alma es puro pensamiento, mientras el cuerpo es pura exten­sión. De este modo la metafísica se convierte en una suerte de espiritualismo puro, mientras que la física sería puro mecani­cis­mo.

         Entendida así la realidad y la filosofía y la física, algo queda claro y Descartes tuvo la suerte de convencer de ello a los más ilustres de sus contemporáneos: la visión escolástica era falsa. Porque los escolásticos partían de la experiencia hasta para tratar las cuestiones propias de la metafísica; entendían al alma como forma de un cuerpo; y hasta en la física buscaban dichas formas. Cometían la locura increíble de querer alzarse hasta Dios partiendo de las creaturas conocidas gracias a la experiencia sensible. Eso, de ninguna manera; Descartes enseña que sólo por ideas innatas se prueba la existencia de Dios.

         El desastre comienza cuando J. Locke demuestra que no existen ideas innatas; de aquí su calificativo de "soñador" con que bautiza al ilustre pensador francés.

         Estamos ya en condiciones de comprender por qué Gilson acusa a Descartes de ser padre del materialismo. Su demostración podríamos reducirla a cuatro puntos:

1.- En vez de alma prefiere hablar de mente, ya que no dice relación a cuerpo alguno, al menos en su concepto. Por ello sólo puede ser demostrada matemáticamente. El alma o mente es espíritu a lo cual se llega exclusivamente en base a las ideas innatas.

2.- Con lo cual el alma, al menos en su concepto, queda "desin­cor­porada"; es decir, ya no es la forma del cuerpo tal como la entendían los escolásticos. Es verdad que Descartes reconocerá que se une al cuerpo sustancialmente, pero tal afirmación parece más un resto de su primera formación escolástica que una conse­cuencia de sus principios.

3.- Consecuencia de todo lo anterior, el cuerpo es tan sólo una máquina, cuyo funcionamiento no requiere de forma alguna como suponían falsamente los escolásticos.

4.- De este modo el hombre queda separado en dos, al menos en su concepción intelectual: mente y cuerpo. Recordemos que las ideas claras y distintas son exclusivas y excluyentes por lo cual lo que pertenece al alma no puede hallarse en el cuerpo y viceversa.        Concluye Gilson: al caer las ideas innatas bajo la acertada crítica de Locke, cae la "mente", justamente porque ya no es alma. Y si nos parece que esta conclusión es forzada ¿por qué no consultar el testimonio de los primeros materialistas?

"Es verdad que este filósofo (Descartes) se equivocó mucho y nadie dice lo contrario. Pero comprendió, al fin, la naturaleza animal y fue el primero que demostró que los animales eran meras máquinas. Ahora bien, después de un descubrimiento de tal importancia y que supone tanta sagacidad, ¿cómo no disculpar, sin ser ingratos, todos sus errores? Todos ellos quedan repara­dos, a mi parecer, por aquella gran declaración. Pues, al fin, diga lo que dijere sobre la distinción de las dos substancias, es evidente que no se trata sino de una estratagema, de una argucia del lenguaje para hacer tragar a los teólogos un veneno escondido a la sombra de una analogía que llama la atención de todo el mundo y que sólo aquéllos no ven"[20].

         Así se expresa De La Mettrie en su famoso "El hombre máquina". No compartimos, obviamente, la malévola insinuación con que termina la cita, mas es importante señalar que este juicio es compartido por otros materialistas, incluido el mismo C. Marx.

         Mas es hora ya de que cerremos este paréntesis y volvamos al tema central.

         Aunque no se ha hecho una historia de la concep­ción de las "leyes de la naturaleza", me atrevo a conjeturar que son respon­sa­bles - en no escasa medida - del desprestigio total del cris­tianismo entre los filósofos del s. XVIII. Uno de los prime­ros deístas y gran defensor de la tolerancia religiosa si bien su actitud personal era probablemente la de una total indiferencia, Lord Shaftesbury (1671-1713), lo expresó con clari­dad. A su juicio, los cristianos no deberían insistir en los milagros, porque más bien conducen al ateísmo, pues suponen que Dios corrige su obra[21]. ¿De dónde brota semejante juicio? Recor­demos que Descartes ha aceptado únicamente lo que emana necesa­riamente del cogito: como de la noción de triángulo el que tenga tres ángulos. ¿Puede Dios hacer que tenga cuatro? Obviamente no. Así, pues, en un universo matemá­tico, provisto de necesidad geométri­ca, el milagro no tiene cabida, pues contradice "las leyes de la naturaleza". De aquí surge espontánea la calificación liberal del cristianismo: "superstición".

         Un buen testimonio del concepto racionalista de ley lo tenemos en una autor completamente alejado de la ciencia como lo era el barón de Montesquieu (1689-1755). De todas sus obras la que le granjeó mayor fama fue "L'Esprit des lois" que, aunque dedicada a la política y, si se quiere, a la sociología mezclada con la historia, nos da una perfecta idea de qué se entendía por ley en aquella época. Su exposición comienza con una disertación muy amplia sobre qué deba entenderse por ley. Se trata, simple­mente, de relaciones necesarias que se derivan de la naturaleza de las cosas. Ciertamente su alusión a la naturaleza no era del gusto de los naturalistas, pero el calificarlas de "relaciones necesarias" nos da la clave del concepto que el racionalismo había impuesto en toda Europa. Por esto todos los seres, incluido Dios, están sometidos a leyes y, por lo mismo, no existe el azar.[22]

         Pero las leyes pronto demostraron dar lugar a muchas excepciones. Entonces, un hombre inteligente, de esos que creen que todos los demás son tontos, inventó una frase sublime: "la excepción confirma la regla". Pero como no todos lo son - al menos no tanto - algunos advirtieron que, en un mundo provisto de necesidad geométrica, la excepción la destruye en vez de confir­marla. En el siglo XIX parece que un notable número de científi­cos se dedicó a poner en duda el determinismo científico. Y así ya Emile Boutroux, en 1876, escribía su famosa tesis "Sobre la contingen­cia de las leyes de la naturaleza", al que siguió toda la obra de Bergson consagrada a destruir el determinismo de Spencer. Para no eternizar la lista de los que siguieron esta senda, terminemos este brevísimo recuento con la figura de uno de los mejores matemáticos de comienzos de nuestro siglo: H. Poinca­ré quien llegará a la conclusión de que las leyes tienen tan sólo un carácter convencional. Desde entonces la ciencia no ha dejado de abandonar la concepción racionalista que las justi­ficaba. Imagino la incredulidad de Descartes si pudiera leer, como nosotros, los (des-)propósitos de Bertrand Russell:

"las matemáticas pueden ser definidas como aquel tema en el cual ni sabemos nunca lo que decimos ni si lo que decimos es verdadero"[23].

Reacción a todas luces excesiva ante la exagerada geometrización que dio origen al concepto "leyes de la naturaleza". El golpe de gracia a la visión moderna de la ciencia parece que lo está propor­cionando la teoría cuántica y el indeterminismo de Heisem­berg.

         Tanto preocupa la nueva orientación que parece estar tomando la ciencia que se multiplican los simposios y los libros dedicados a temas relacionados con lo que venimos exponiendo. El azar ha sido objeto de nuevos estudios, ya sea en sí mismo, ya en relación con una determinada teoría científica[24], así como el valor del determinismo en la ciencia. No hay duda, estamos ante una crisis provocada por la caída de la metafísica racionalista y su concepto determinista de las leyes de la naturaleza.

 

V.- CONCLUSION

 

         Para los que gustamos leer los textos tradicionales de la filosofía, especialmente los de Aristóteles y de santo Tomás de Aquino, el desmoronamiento del racionalismo determinista no nos conmueve. Lo que nos importa es la pérdida de la confianza en la ciencia que le ha seguido y, peor aun, en la filosofía; en una palabra, en la cultura occidental. El escep­ticismo es siempre una enferme­dad que paraliza la razón y, por lo mismo, jamás produce buenos frutos. Como tan bien lo demostrara Gilson, cada vez que los hombres comprenden que han entrado en un camino equivocado, caen en él hasta que un nuevo pensador hace renacer la con­fianza en la inteligencia e inicia un nuevo ciclo filosó­fico[25].

         La convicción de que no hay tales "leyes de la natura­leza" o de que éstas son poquísimas y, a lo más, tienen un mero carácter negativo[26], no ha de afectar a las convicciones metafí­sicas que nada tienen que ver con ellas. En particular no hay que confundir la noción de causa y el principio de causalidad, cuya verdad es evidente por sí misma, con esas concepciones producto del racionalismo matematizante del siglo XVII.

         Porque es bastante común escuchar ahora que el determi­nismo puede definirse con una proposición como la siguiente: "iguales causas producen iguales efectos"[27]. Dicha caracteriza­ción po­dría conve­nir al determinismo antiguo - aristotélico o, mejor aún, estoi­co -, pero no al actual.  Los antiguos griegos creían que la serie de las causas - "rationes necessariae" en el lengua­je estoico - producía las constantes que fácilmente obser­va­ban, como las estaciones anuales, e, incluso, el gran año. Este determinis­mo es reproducido en la edad media por un Averroes, por ejemplo. En Aristóteles, a pesar de lo dicho, queda un lugar, aunque mínimo, a la contingencia.

         A partir de Bacon, Galileo y Descartes asistimos al obscurecimiento y posterior desaparición de la noción de causa con lo que no podemos definir de tal manera al determinismo moderno. Ya no estamos ante causas necesarias sino ante leyes provistas de necesidad meramente formal como ya hemos explicado. Newton tuvo clara conciencia de este hecho y, por ello, distin­guió rigurosamente ley de causa[28].

         Los científicos actuales están conscientes de que, en todo ello, la ciencia ha hecho trampa. Galileo, por ejemplo, no considera lo que individualiza - y hace real - su experimento para conservar tan sólo lo que es expresable matemá­ticamente: es decir, el movimiento y la extensión; lo que lo llevó a la distin­ción de cualidades primarias y secundarias con la consiguiente negación de la realidad objetiva de estas últi­mas. En otras palabras: sus experimentos son sencillos y aisla­dos; lo que los hace irreales, pues tales condiciones no se hallan en la natura­le­za.

         La más consciente de las ciencias actuales - si se puede hablar así - de la equivocación primordial de la ciencia moderna es la biología donde el individuo es tan notorio. Como lo es por ser distinto, no es posible hallar las famosas "causas iguales", ni tampoco las "leyes" de los modernos. De hecho, en el mismo siglo XVII, fueron los biólogos los que resistieron al mecanicismo y al determinismo triunfantes.

         Recordemos que hay cuatro tipos de causas, pero que sólo existen los individuos. Por lo que, si bien cada causa actúa específicamente de la misma manera, su individualización real implica diferencias notorias en la realidad. Por ello santo Tomás suele usar la expresión "in pluribus" que podríamos traducir (lo que ocurre) "la mayoría de las veces". Porque, en la realidad, la causa individual puede fallar y obtener un resultado completamen­te opuesto a lo que pretendía o no obtener resultado alguno. Por aquí es fácil comprender que todo, en la realidad, es contingen­te. Lo que no niega la existencia de las causas sino que alude a las diferencias y fallas individuales necesariamente presentes en ellas. De modo que el sueño de Laplace no es comprensible en la filosofía tomista. La contingencia que afecta a las causas reales impide que, conocido un instante del universo baste para conocer­lo desde su origen hasta su fin. Este pensamiento es comprensible en el determinismo moderno, pero no en la filosofía tradicional porque está enteramente apoyado en la concepción de las "inmuta­bles leyes de la naturaleza", las que no son afectadas por los seres reales.

         La caída del determinismo y de la concepción basada en las leyes, que parece estar a punto de consumarse en la ciencia actual, no debe sorprendernos ni convertirnos en los últimos defensores de tal sistema olvidando el grave daño que hizo a la metafísica y al cristianismo. Es perfectamente claro que no debe afectar a la metafísi­ca tradicional y, sobre todo, a la doctrina de la causalidad. Tampoco tiene relación alguna con la libertad humana. Esperamos, pues, tranquilos la nueva visión del mundo -que pronto dejará su lugar a otra - y mantenemos nuestra metafí­si­ca independiente de toda hipótesis científica. Lo que, por cierto no significa que no nos interesen las ciencias de la naturaleza. Muy por el contrario, nuestra atención debe dirigirse a ellas pero debe procurar distinguir cuidadosamente el hecho demostrado de la mera hipótesis. Sobre el primero es legítimo fundar una metafísica, sobre la segunda, no. Justamente, la concepción que hoy parece estar siendo abandonada, no se basaba tanto en los hechos cuanto en una interpretación de los mismos, fundada, a su vez, en conceptos filosóficos, o mejor aún, en tesis metafísicas falsas. De su desaparición la verdadera metafí­sica, la tradicional, no puede recibir daño alguno sino, más bien, saldrá fortalecida y depurada.

 

 

 

 

 

                  JUAN CARLOS OSSANDON VALDES


 

                  LAS LEYES DE LA NATURALEZA

 

         Parece aceptado por todos los tomistas el concepto moderno de leyes de la naturaleza. Mas la expresión no se halla en los textos del Aquinate ni tampoco el concepto. De hecho, las leyes que hoy explican el orden planetario solar reemplazan a las Virtudes angélicas, que según santo Tomás, tenían esa función.

         Por desgracia este concepto responde a la concepción mecanicista y matematizante de la física, heredada de los neopla­tónicos e impuesta en los tiempos modernos por Descartes y Newton. Consecuencias de esta concepción han sido el materia­lismo, el ateísmo y el desprestigio del cristianismo.

         La ciencia moderna inició, en el pasado siglo un movimiento emancipador. Ya casi nadie cree en ellas a nivel de física y, en el mejor de los casos, se les reconoce un valor de promedio estadístico. A los tomistas tal "revolución" científica no debe sorprendernos, y, lo peor que podríamos hacer es, si­guiendo el ejemplo de nuestros antepasados del s. XVII aferrar­nos a una formulación científica obsoleta.

 

                       CURRICULUM VITAE

 

         Profesor de Filosofía, Universidad Católica de Chile. Licenciado y Doctor en Filosofía y Letras, Universidad Compluten­se de Madrid. Se ha desempeñado como profesor en la Catho­lic Univer­sity of Puerto Rico (1967-72), en la Universidad Católica de Chile y en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educa­ción, Santiago, Chile. Actualmente trabaja en la Universidad Católica de Valparaíso, en la Universidad Adolfo Ibáñez, ambas en Valparaíso y en la Universidad Gabriela Mistral, Santiago, Chile.

         Ha publicado: "Aprendiendo a pensar" (U.M.C.E. 1987) y

varios libros en colaboración con otros autores. Colabora habi­tualmente en revistas de Filosofía y de cultura general.



    [1]  L.III c. 9 Nº 16.
    [2]  Permanence du droit naturel, 2ª ed. Nauwelaerts, Louvain, 1960 pág. 15.
    [3]  Veritatis Splendor Nº 43.
    [4]  Cfr. S.Th. I-II q. 91 a 2c y ad 3m; q. 93 a 5c y 6c.
    [5]  "Hoc autem quod dictum est de animatione caeli, non diximus quasi asserendo secundum fidei doctrinam, ad quam nihil pertinet sive sic sive aliter dicatur. Unde Augustinus, in libro Enchiridion dicit: nec illum quidem certo habeo, utrum ad eandem societatem, scil. angelorum, perti­neant sol et luna et cuncta sidera: quamvis nonnullis lucide esse corpora, non cum sensu vel intelligentia videantur". Si la frase en negrita (destacada por mí) hubiese sido mejor comprendida, no habría habido juicio a Galileo.
    [6] "... omnis autem virtus operativa tantum est ex aliqua forma propria operantis" L.c. ad Virtutes particulares natae sunt.
    [7] o.c. L. 3 c. 80 ad secundo autem.
    [8]  Historia de la ciencia: de san Agustín a Galileo, vol.1, trad. J. Bernia, 5ª reimpr., 1987, Págs. 75-76.
    [9] Ibíd.
    [10]  O.c. vol. 2, Pág. 24.
    [11]  Basado en esta importante tesis lógica, san Roberto Cardenal Bellarmino procuró, en vano, convencer a Galileo de que debía presentar sus ideas heliocéntricas como meras hipótesis. Si bien la ciencia daría, mucho después, razón, en parte, a Galileo, desde el punto de vista lógico, Belarmino ganó la discusión. El pobre Galileo intentó demostrar su tesis en base a ... ¡las mareas! Naturalmente, no logró convencer a nadie. Cfr. Crombie o.c. vol. 2, págs. 188-192.
    [12]  O.c. Págs. 30-31
    [13] Cfr. G. Fraile O.P. Historia de la Filosofía. T. III. Del humanismo a la ilustración. BAC. Madrid. 1966. pág. 292.
    [14]  A.C. Crombie o.c. vol. 2, pág. 126.
    [15]  Ibíd. pág. 130.
    [16] Il Saggiatore q. 6 cit. por A.C. Crombie o.c. vol 2, pág. 131.
    [17]  O.C. vol. 2, pág. 262.
    [18]  Génesis del ateísmo contemporáneo. en "El ateísmo con­temporáneo" VV.AA. Ed. Cristiandad. Madrid. En particular, pág. 41.; si bien todo el artículo debe ser leído. Cfr. así mismo, el fracaso del cogito, pág. 64. Garrigou Lagrange O.P. es del mismo parecer: "La filosofía moderna y la sociedad moderna, en su escuela, han perdido la noción de Dios". "El sentido común". Trad. O. N. Derisi. Ed. Palabra. Madrid. 1980 págs. 183-4.
    [19]  Crombie, o.c. pág. 276; Gilson: "La unidad de la expe­riencia filosófica" Trad. C. Baliñas, Rialp. Madrid. 1960. c. VI págs. 183-208
    [20]  La Mettrie "El hombre máquina". Eudeba. Trad. A. Cappe­lletti. 2ª ed. Buenos Aires. 1962. Pág. 93-94.
    [21]  Cfr. Fraile o.c. pág. 809.
    [22]  L'Esprit des Lois I,1 citado por Fraile "Historia de la filosofía" t. III BAC Madrid. 1966 págs. 877-878.
    [23]  Cit. por Gilson o.c. pág. 340
    [24]  Así el premio Nobel Jacques Monod ha creído poder justi­ficar la teoría de la evolución biológica en base al azar ("el azar y la necesidad") siendo refutado por G. Salet ("Azar y certeza"). También se ha pronunciado, entre otros, F. Hoyle ("El universo inteligente") negando toda posibilidad de originar la vida en virtud del azar. La fundación Dalí reunió a notables científicos europeos para hacer un verdadero "Proceso al azar" (Tusquets ed. Barcelona 1986).
    [25] Es la enseñanza que brota de todos los capítulos de "La unidad de la experiencia filosófica". Libro apasionante que enseña a filosofar y no dejarse engañar por espejismos.
    [26] "Proceso al azar" pág. 126.
    [27]  Proceso al azar. Opinión de J. Wagensberg p. 94.
    [28] A.C. Crombie o.c. pág. 286.