jueves, 29 de enero de 2015

El Pastor de Hermas: El libro

Presentación

El libro de El Pastor de Hermas es una obra cristiana del siglo II d.C., la cual no forma parte del Canon del Nuevo Testamento y que fue muy apreciado en la Iglesia primitiva, hasta el punto de que algunos Padres de la Iglesia llegaron a considerarlo como canónico o perteneciente al conjunto de la Sagrada Escritura.
Gozó de tanta autoridad El Pastor de Hermas durante los siglos II y III, que incluso Tertuliano (1) e Irineo de Lyon (2) lo citaron como Escritura. Asimismo el Codex Sinaiticus lo vincula al Nuevo Testamento, y en el Codex Claromontanus (3) figura entre los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de San Pablo.
La primera versión del libro fue escrita en griego, y no se ha conservado el texto completo, pero sí se conserva la traducción al latín efectuada por su propio autor, Hermas de Roma. Por ello el texto de la obra El Pastor de Hermas que se reproduce íntegramente al final del presente estudio, se ha tomado de los siguientes manuscritos:
  • Codex Athensis
  • Codex Sinaiticus (Manuscrito del siglo IV de la versión griega de la Biblia).
  • Papiro 129 (Hallado a principios del siglo XX en Egipto y que en la actualidad se encuentra en la Universidad de Michigan).
  • Versión copto-sahídica (El sahídico es el dialecto principal del copto y era hablado en Tebas, en el Alto Egipto).
  • Codex Visionum
Existen dos versiones en latín: la Vulgata (4) y la Palatina (5). Además hay otras versiones en lenguas etiópicas, o sea, originarias de Etiopía: una en idioma persa y otra en lengua copta.
Aunque las citas bíblicas son muy escasas, el contenido del texto muestra que el autor dominaba la literatura sapiencial del Antiguo Testamento y de las Cartas de San Pablo. Igualmente es de destacar la influencia literaria judía, principalmente la proveniente de un texto titulado Manual de disciplina, perteneciente a los escritos esenios (6) descubiertos en las cuevas de Qumrán, a orillas del Mar Muerto. Esto significa que el autor prevenía del ámbito judeo-cristiano.

Datación

Debido a que el texto de El Pastor de Hermas menciona al Papa Clemente I (7), antiguamente se suponía que la obra fue escrita en la época de su pontificado, o sea, entre el 88 y el 97 d.C.
Quienes originalmente consideraban que El Pastor de Hermas, como es el caso de Orígenes (8), se apoyaban en un versículo de la Carta a los Romanos, donde Pablo saluda a los cristianos de Roma, entre los que cita a uno llamado Hermas: "Saludad a Asíncrito y Flegón, a Hermes, a Patrobas, a Hermas y a los hermanos que están con ellos" (Romanos 16:14).
Sin embargo, gracias en gran parte al Códice de Muratori (9), sabemos que la obra fue compuesta por un tal Hermas, hermano del Papa Pío I, en la ciudad de Roma, entre los años 140 al 155 d.C., datación confirmada por otros catálogos eclesiásticos. Diversos exégetas y estudiosos han confirmado esta fecha de composición después de analizar el lenguaje utilizado, el mensaje teológico transmitido y la similitud con el libro del Apocalipsis.

Menciones en los antiguos textos cristianos

El teólogo inglés Joseph B. Lighfoot (10) propuso a finales del siglo XIX la datación de El Pastor de Hermas entre los años 140 al 155 d.C., basado en estos tres testimonios:
Códice de Muratori (9): "Cuando Hermas redactó El Pastor muy recientemente en nuestra época, en la ciudad de Roma, su hermano, el obispo Pío, ocupaba la sede de la Iglesia de la ciudad de Roma".
Catálogo Liberiano (11) y Liber Pontificalis (12): "Bajo el episcopado de Pío, su hermano Hermas escribió un libro que contiene los preceptos que le entregó un ángel que se le apareció como un Pastor".
Doctrina de Marción (13): "Entonces, después de él, Pío, cuyo hermano según la carne era Hermas, el pastor angélico, porque él declama las palabras que le fueron dadas por el ángel…".
Estos tres testimonios parecen citar una misma fuente, la obra perdida de Hegesipo (14), que también sería utilizada por Eusebio de Cesárea (15) para redactar su obra Historia Eclesiástica.

Composición y contenido

El libro de El Pastor de Hermas refleja el estado de la cristiandad romana a mediados del siglo II d.C. Tras una larga etapa de tranquilidad si sufrir persecuciones, parece que no era general el espíritu de los primeros tiempos del cristianismo. Junto a cristianos fervorosos, había muchos tibios. Junto a los santos no faltaban los pecadores. Y esto ocurría en todos los niveles de la Iglesia, desde los simples fieles hasta los ministros consagrados. Por este motivo no es de extrañar que el libro gire en torno a la necesidad de penitencia.
Según se desprende del escrito, Hermas, su autor, era un cristiano sencillo, pero lleno de preocupaciones religiosas y con una particular conciencia de sus propias faltas morales. Pesa sobre él principalmente el remordimiento por no haber sabido mantener debidamente las relaciones familiares con su esposa e hijos, y por no haber sabido hacer buen uso de sus bienes terrenales.
Hermas parece ser un judío de origen y formación, quien fue vendido como esclavo y enviado a Roma, en donde fue abriéndose paso en la vida. Como liberto se dedicó a los negocios y compró algunas fincas, que luego fue perdiendo. Sus hijos vivían mal y con su esposa no se llevaba demasiado bien, según él mismo nos cuenta en su libro.
Dos son los temas que nos plantea Hermas en su libro: el primero es la Iglesia, que es presentada en sí misma en su aspecto histórico y en su tiempo final o escatológico. El segundo habla de la relación de Cristo con la Iglesia, usando imágenes de fuerte resonancia bíblica. La utilización de un lenguaje alegórico se extiende por toda la obra, lo cual transmite un mensaje optimista y lleno de esperanza.
Muchos temas van apareciendo a lo largo del libro. De particular interés pueden ser los que se refieren al peligro de las riquezas, a las relaciones entre ricos y pobres, o a la necesidad de saber distinguir los signos de la influencia del buen o del mal espíritu en nosotros y en los demás. Pero el principal tema que aborda el texto del libro es el de la penitencia personal.
El Pastor de Hermas se compone de cinco visiones de género apocalíptico, doce mandatos y diez parábolas. El tono de la obra viene dado por la utilización de la primera persona del singular, presente desde el inicio de la primera visión cuando Hermas dice: "El amo que me crió me vendió a una tal Roda en Roma. Al cabo de muchos años la encontré de nuevo y empecé a amarla como a una hermana" (1ª. Visión, I).
La primera visión es mas bien una amonestación al mismo Hermas por su amor a Roda y a su condescendencia con sus hijos. En la segunda visión Hermas es invitado a dar a conocer el contenido de un libro que es una exhortación al arrepentimiento. La anciana que le habló en la primera visión se muestra como la Iglesia, pero también le dice que el libro aún debe ser completado.
En la tercera visión Hermas ve una torre que también simboliza a la Iglesia, y en la cuarte visión le es profetizada una tribulación, la cual se simboliza en un gran monstruo. La última visión presenta al Pastor, quien le mostrará y enseñará las parábolas del resto de la obra. La tercera parte, dedicada a los mandatos, trata de diversas virtudes cristianas y humanas: la fe, el temor de Dios, la continencia, la inocencia, la sinceridad, la castidad y el matrimonio cristiano.
Como se ha mencionado anteriormente, el punto principal de la obra es la penitencia, que se presenta como el modo de entrar a la Iglesia que nos menciona Hermas en su libro, la cual sería el único canal de salvación. Esta exhortación a la penitencia se refiere a la penitencia pública sacramental, que sólo se puede recibir después del bautismo, y que abarca todos los pecados sin exclusión alguna, lo cual es un dato muy característico en Hermes. Esta penitencia hay que llevarla a cabo enseguida y debe producir una conversión profunda y una enmienda verdadera, pues la santificación que produce en el alma es comparable a la del bautismo.
El Pastor de Hermas muestra cierta audacia imaginativa, pero en general tiene poca profundidad teológica, y se mantiene mas bien en una actitud meramente moralística. No obstante es interesante como reflejo de los problemas religiosos y morales que tenía un cristiano ordinario en aquel entonces.

Glosario

01.- TERTULIANO: Quinto Septimio Florente Tertuliano, más comúnmente conocido como Tertuliano (160 a 220) fue un líder de la Iglesia y un prolífico escritor durante la segunda parte del siglo segundo y primera parte del tercero. Nació, vivió y murió en Cartago, en el actual Túnez.
02.- IRINEO DE LEON: Ireneo de Lyon, conocido como San Ireneo, nació en Esmirna, Asia Menor, el 130, y murió en Lyon, en 202. Fue obispo de la ciudad de Lyon desde 189, estando considerado como el más importante adversario del gnosticismo del siglo II. Su obra principal es Contra las Herejías.
03.- CODEX CLAROMONTANUS: Es un manuscrito realizado en griego uncial (es decir, empleando mayúsculas) fechado aproximadamente en el siglo VI. Originalmente contenía todo el texto griego y latino de las cartas de san Pablo. Toma su nombre de la ciudad francesa de Clermont-Ferrand, donde fue encontrado por el estudioso calvinista Teodoro de Beza.
El códice contiene también el Catalogus Claromontanus, compuesto en Occidente en el siglo IV, que enumera los libros considerados canónicos e indica el número de líneas que tenía cada obra. Además de los libros que actualmente son considerados canónicos, la lista comprende también algunos apócrifos como la Tercera epístola de Pablo a los corintios, los Hechos de Pablo, el Apocalipsis de Pedro. Asimismo, conserva textos de otros escritos como la Carta de Bernabé y el Pastor de Hermas.
04.- LA VULGATA: Es una traducción de la Biblia al latín, realizada a finales del siglo IV por Jerónimo de Estridón. Fue encargada por el papa Dámaso I dos años antes de su muerte (366-384). La versión toma su nombre de la frase vulgata editio (edición para el pueblo) y se escribió en un latín corriente en contraposición con el latín clásico de Cicerón, que Jerónimo de Estridón dominaba. El objetivo de la Vulgata era ser más fácil de entender y más exacta que sus predecesoras.
05.-LA PALATINA: Fue la escuela fundada por el emperador Carlomagno en el palacio de su capital, Aquisgrán, durante el denominado Renacimiento carolingio, un periodo de florecimiento intelectual durante la oscura Alta Edad Media. Se convirtió en el centro educativo más renombrado de la época y sirvió de ejemplo para la creación de otras escuelas (escuelas carolingias).
06.- ESENIOS: Eran los componentes de una secta judía, establecida probablemente a mediados del siglo II a.C. en Qumrán tras la revuelta macabea, y cuya existencia hasta el siglo I está documentada por distintas fuentes. Sus antecedentes inmediatos podrían estar en el movimiento hasideo, de la época de la dominación Seléucida (197 a 142 a. C.)
07.- PAPA CLEMENTE I: Clemente de Roma o San Clemente I, fue un religioso cristiano de finales del siglo I, obispo de Roma, y a quien la Iglesia Católica le considera su cuarto papa. Se venera como santo y mártir en la Iglesia católica y se celebra su festividad el 23 de noviembre. En Roma existe una antiquísima basílica, la Basílica de San Clemente de Letrán, levantada sobre su tumba. Elegido en el 88, murió en el 97. Exiliado por el emperador Trajano al Ponto, fue arrojado al mar con un áncora al cuello.
08.- ORIGENES: Nació en 185 en Alejandría, y falleció en Tiro o Cesárea Marítima en 254. Es considerado un Padre de la Iglesia, destacado por su erudición y, junto con San Agustín y Santo Tomás, uno de los tres pilares de la teología cristiana.
09.- CODICE DE MURATORI: El fragmento muratoriano o fragmento de Muratori, también llamado canon de Muratori o muratoniano,  es la lista más antigua conocida de libros considerados canónicos del Nuevo Testamento. En la lista figuran los nombres de los libros que el autor consideraba admisibles, con algunos comentarios. Está escrito en latín y fue descubierto por Ludovico Antonio Muratori (1672-1750) en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, y publicada por él mismo en 1740.
10.- JOSEPH B. LIGHFOOT: Joseph Barber Lightfoot nació en Liverpool el 13 de abril 1828 y murió en Bournemouth, Hampshire, el 21 de diciembre de 1889. Desde julio de 1870 a noviembre de 1880 ejerció como uno de los revisores del Nuevo Testamento inglés; desde 1871 a 1879 fue canónigo de San Pablo y en 1874 y 1875 predicador en Oxford. En 1875 dejó el profesorado Hulsean y fue profesor de teología en Lady Margaret en Cambridge, lo que combinó con la rectoría de Terrington en St. Clement, Norfolk; en 1875 era secretario del gabinete de la reina. El 25 de abril de 1879 fue consagrado obispo de Durham.
11.- CATALOGO LIBERIANO: Consiste en una lista de los treinta y seis primeros papas de la Iglesia Católica, desde San Pedro hasta Liberio de quien proviene el nombre con el que se conoce esta compilación.
12.- LIBER PONTIFICALIS: Es una compilación de reseñas biográficas de los primeros papas, desde San Pedro hasta Esteban V. Obra de distintos autores se atribuye a Anastasio, aunque sólo fue el último de los compiladores que trabajó en la lista papal, que fue bibliotecario de la Sede Romana en el siglo IX y durante cinco días antipapa.
13.- DOCTRINA DE MARCION: El marcisionismo toma su nombre de su principal creador, el teólogo y exitoso comerciante Marción (85-150 d. C.). Nacido en Sinope, en Asia Menor (hoy Sinop, Turquía), hijo de un obispo excomulgado, Marción prosperó como comerciante y naviero. Viajó a Roma entre 135 y 140 d.C. buscando ser nombrado dignatario de la Iglesia, sin lograrlo. Fue excomulgado por hereje en el año 144 de nuestra era. En el momento de su muerte (150) había logrado exitosamente el primer cisma del Cristianismo, cuyos efectos se prolongarían hasta el siglo III.
14.- HEGESIPO: Fue un escritor paleocristiano, considerado el primer historiador de la Iglesia. Vivió 20 años en Roma durante el pontificado del papa Aniceto y el de Eleuterio, y enfrentó las teorías gnósticas que surgían dentro de la Iglesia. En el año 177 volvió a Jerusalén donde murió ya anciano. Dentro de la Iglesia Católica es considerado como el padre de la historia de la Iglesia ya que publicó la primera lista de obispos romanos, desde Simón Pedro hasta Aniceto.
15.- EUSEBIO DE CESAREA: Eusebio de Cesárea (del 275 al 339), también conocido como Eusebius Pamphili (Eusebio, amigo de Pánfilo). Fue obispo de Cesárea y se le conoce como el padre de la historia de la Iglesia porque sus escritos están entre los primeros relatos de la historia del cristianismo primitivo.
Monografias.com
18 de agosto del 2012

El Pastor de Hermas: El libro

Visión Primera
[1] I. El amo que me crió me vendió a una tal Roda en Roma. Al cabo de muchos años la encontré de nuevo, y empecé a amarla como a una hermana. Después de cierto tiempo la vi bañándose en el río Tíber. Le di la mano y la saqué del río. Y, al ver su hermosura, razoné en mi corazón diciendo: "¡Cuán feliz sería si tuviera una esposa así, en hermosura y en carácter!" Y reflexioné meramente sobre esto y nada más.
Después de cierto tiempo, cuando estaba dirigiéndome a Cumas y glorificando las criaturas de Dios por su grandeza, esplendor y poder, en pleno camino me quedé dormido. Y el Espíritu cayó sobre mí y me llevó por un terreno sin caminos por el cual no podía pasar nadie. El lugar era muy abrupto y quebrado por hendiduras a causa de las aguas. Así pues, cuando hube cruzado el río, llegué a un país llano y me arrodillé, y empecé a orar al Señor y a confesar mis pecados.
Entonces, mientras oraba, se abrió el cielo vi a la señora a quien había deseado saludándome desde el cielo, diciendo: "Buenos días, Hermas". Y, mirándola, le dije: "Señora, ¿qué haces aquí?" Entonces ella me contestó: "Se me ha traído aquí para que te acusara de tus pecados delante del Señor". Le dije: "¿Es acerca de ti que me acusas?". "No", respondió ella, "pero oye estas palabras que te diré: Dios, que reside en los cielos y creó de la nada las cosas que son, y aún las aumentó y multiplicó por amor a su santa Iglesia, está enojado contigo porque pecaste contra mí." Yo le contesté: "¿Pequé contra ti? ¿En qué forma? ¿Te dije alguna vez alguna palabra inconveniente? ¿No te consideré siempre como si fueras una diosa? ¿No te respeté siempre como una hermana? ¿Cómo pudiste acusarme falsamente, señora, de tal villanía e impureza?".
Riendo, ella me dijo: "El deseo hacia el mal entró en tu corazón. Es más, ¿no crees que un acto es malo para un justo si el mal deseo entra en su corazón? Es verdaderamente un pecado, y un pecado grande", dijo ella. Y prosiguió: "porque el justo tiene sólo propósitos justos. En tanto que sus propósitos son rectos, pues su reputación se mantiene firme en el cielo, y halla al Señor fácilmente propicio en todo lo que hace. Pero los que albergan malos propósitos en sus corazones, se acarrean la muerte y la cautividad, especialmente los que reclaman para sí mismos este mundo presente y se jactan de sus riquezas, y no se adhieren a las cosas buenas que han de venir. Sus almas lo lamentarán, siendo así que no tienen esperanza, sino que se han abandonado a sí mismos y su vida. Pero ora a Dios, y Él sanará tus pecados y los de toda tu casa, y de todos los santos."
[2] II. Tan pronto como hubo dicho estas palabras se cerraron los cielos y yo fui presa de horror y de pena. Entonces dije dentro de mí: "Si este pecado es consignado contra mí, ¿cómo puedo ser salvo? ¿O cómo voy a propiciar a Dios por mis pecados que son patentes y burdos? ¿O con qué palabras voy a rogar al Señor que me sea propicio?"
En tanto que consideraba y ponderaba estas cosas en mi corazón, vi delante de mí una gran silla blanca de lana como la nieve. Y allí vino una señora anciana en vestido resplandeciente, con un libro en las manos, se sentó sola y me saludó: "Buenos días, Hermas". Entonces yo, apenado y llorando, dije: "Buenos días, señora". Y ella me dijo: "¿Por qué estás tan abatido, Hermas, tú que eres paciente y bien templado y siempre estás sonriendo? ¿Por qué estás tan caído en tu mirada y distante de la alegría?" Y le dije: "A causa de una de las palabras de una dama excelente contra la cual he pecado". Entonces ella dijo: "¡En modo alguno sea así en un siervo de Dios! Sin embargo, el pensamiento entró en tu corazón respecto a ella. En los siervos de Dios una intención así acarrea pecado. Porque es un propósito malo e insano en un espíritu devoto que ya ha sido aprobado, el hecho de desear algo malo; especialmente si es Hermas el templado, que se abstiene de todo mal deseo y está lleno de toda simplicidad y de gran inocencia".
[3] III. "Con todo, no es por esto que Dios está enojado contigo, sino con miras a que puedas convenir a tu familia, que ha obrado mal contra el Señor y contra vosotros sus padres. Pero por apego a tus hijos, tú no les amonestaste, sino que toleraste que se corrompieran de un modo espantoso. Por tanto, el Señor está enojado contigo. Pero Él quiere curar todos tus pecados pasados que han sido cometidos en tu familia, porque a causa de sus pecados e iniquidades tú has sido corrompido por las cosas de este mundo. Pera la gran misericordia del Señor tuvo piedad de ti y de tu familia, y te corroborará y te afianzará en su gloria. Sólo que no seas descuidado, sino que cobres ánimo y robustezcas a tu familia. Porque como el herrero trabajando a martillazos triunfa en la tarea que quiere, así también el recto discurso repetido diariamente vence todo mal. No dejes, pues, de reprender a tus hijos; porque sé que si se arrepienten de todo corazón, serán inscritos en los libros de vida con los santos".
Después que hubieron cesado estas palabras suyas, me dijo: "¿Quieres escucharme mientras leo?" Entonces le dije: "Sí, señora". Ella me dijo: "Estate atento y escucha las glorias de Dios". Yo escuché con atención y con asombro lo que no tuve poder de recordar porque todas las palabras eran tan terribles, que ningún hombre puede resistir. Sin embargo, recordé las últimas palabras porque eran apropiadas para nosotros y suaves. "He aquí el Dios de los ejércitos, que con su poder grande e invisible y con su gran sabiduría creó el mundo, y con su glorioso propósito revistió su creación de hermosura, y con su palabra estableció los cielos y fundó la tierra sobre las aguas, y con su propia sabiduría y providencia formó su santa Iglesia, a la cual Él también bendijo; he aquí, quita los cielos y los montes y las colinas y los mares, y todas las cosas serán allanadas para sus elegidos, para que Él pueda cumplirles la promesa que había hecho con gran gloria y regocijo, siempre y cuando ellos guarden las ordenanzas de Dios, que han recibido con gran fe".
[4] IV. Cuando hubo terminado de leer y se levantó de su silla, se acercaron cuatro jóvenes y se llevaron la silla, y partieron hacia Oriente. Entonces ella me dijo que me acercara y me tocó el pecho, y me dijo: "¿Te gustó lo que te leí?" Y yo le dije: "Señora, estas últimas palabras me agradaron, pero las primeras eran difíciles y duras". Entonces ella me habló y me dijo: "Estas últimas palabras son para los justos, pero las primeras eran para los paganos y rebeldes". En tanto que ella me estaba hablando, aparecieron dos hombres y se la llevaron, tomándola por los brazos, y partieron hacia el punto adonde había ido la silla, hacia Oriente. Y ella sonrió al partir y, mientras se marchaba, me dijo: "Pórtate como un hombre, Hermas".
Visión Segunda
[5] I. Yo iba camino a Cumas, en la misma estación como el año anterior, y recordaba mi visión del año anterior mientras andaba; y de nuevo me tomó un Espíritu, y se me llevó al mismo lugar del año anterior. Cuando llegué al lugar caí de rodillas y empecé a orar al Señor y a glorificar su nombre, porque me había tenido por digno y me había dado a conocer mis pecados anteriores. Pero después que me hube levantado de orar, vi delante de mí a la señora anciana, a quien había visto el año anterior, andando y leyendo un librito. Y ella me dijo: "¿Puedes transmitir estas cosas a los elegidos de Dios?". Y yo le contesté: "Señora, no puedo recordar tanto, pero dame el librito para que lo copie". "Tómalo", me dijo, "y asegúrate de devolvérmelo". Yo lo tomé, y me retiré a cierto lugar en el campo y lo copié letra por letra, porque no podía descifrar las sílabas. Cuando hube terminado las letras del libro, súbitamente me arrancaron el libro de la mano, pero no pude ver quién lo había hecho.
[6] II. Y después de quince días, cuando hube ayunado y rogado al Señor fervientemente, me fue revelado el conocimiento del escrito. Y esto es lo que estaba escrito: "Hermas, tu simiente ha pecado contra Dios y han blasfemado del Señor, y han traicionado a sus padres a causa de sus grandes maldades; sí, han conseguido el  nombre de traidores de los padres y, con todo, no sacaron provecho de su traición; y aun añadieron a sus pecados actos inexcusables y maldades excesivas. Así que la medida de sus transgresiones fue colmada. Pero da a conocer estas palabras a todos tus hijos, y tu esposa será como tu hermana, porque ella tampoco se ha refrenado en el uso de la lengua, con la cual obra mal. Después que tú les hayas dado a conocer todas estas palabras que el Señor me mandó que te revelara, entonces todos los pecados que ellos han cometido con anterioridad les serán perdonados. Sí, y también a todos los santos que han pecado hasta el día de hoy, si se arrepienten de todo corazón y quitan la doblez de ánimo de su corazón. Porque el Señor juró por su propia gloria, con respecto a sus elegidos: que si, ahora que se ha puesto este día como límite, se comete pecado, después no habrá para ellos salvación, porque el arrepentimiento para los justos tiene un fin. Los días del arrepentimiento se han cumplido para todos los santos, en tanto que para los gentiles hay arrepentimiento hasta el último día. Por consiguiente, tú dirás a los gobernantes de la Iglesia que enderecen sus caminos en justicia, para que puedan recibir en pleno las promesas con gloria abundante. Los que obráis justicia, estad firmes y no seáis de doble ánimo, para que podáis ser admitidos con los santos ángeles. Bienaventurados seáis, cuantos sufráis con paciencia la gran tribulación que viene, y cuantos no nieguen su vida. Porque el Señor juró con respecto a su Hijo, que todos los que nieguen a su Señor serán rechazados de su vida, incluso los que ahora están a punto de negarle en los días venideros. Pero a los que le negaron antes de ahora, a ellos les fue concedida misericordia por causa de su gran bondad".
[7] III. "Pero, Hermas, no guardes ya rencor contra tus hijos ni permitas que tu hermana haga lo que quiera, para que puedan ser purificados de sus pecados anteriores. Porque ellos serán castigados con castigo justo, a menos que les guardes rencor tú mismo. El guardar un rencor es causa de muerte. Pero tú, Hermas, has pasado por grandes tribulaciones tú mismo por causa de las transgresiones de tu familia, debido a que no te cuidaste de ellos. Porque tú les descuidaste y te mezclaste a ellos con tus propias actividades malas. Pero en esto consiste tu salvación: en que no te apartes del Dios vivo, en tu sencillez y tu gran continencia. Estas te han salvado si permaneces en ellas, y salvan a todos los que hacen tales cosas y andan en inocencia y simplicidad. Estas prevalecen sobre toda maldad y persisten hasta la vida eterna. Bienaventurados todos los que obran justicia; nunca serán destruidos. Pero tú dirás a Máximo: "He aquí que viene tribulación sobre ti si tú crees apropiado negarme por segunda vez. El Señor está cerca de todos los que se vuelven a Él, como está escrito en Eldad y Modat, que profetizaron al pueblo en el desierto".
[8] IV. Luego, hermanos, un joven de extraordinaria hermosura en su forma me hizo una revelación en mi sueño, y me dijo: "¿Quién crees que es la señora anciana de la cual recibiste el libro?". Y yo dije: "La Sibila". "Te equivocas", me dijo, "no lo es". "¿Quién es, pues?", le dije. "La Iglesia", dijo él. Yo le dije: "¿Por qué, pues, es de avanzada edad?". Me contestó: "Porque ella fue creada antes que todas las cosas; ésta es la causa de su edad; y por amor a ella fue formado el mundo". Y después vi una visión en mi casa. Vino la anciana y me preguntó si ya había dado el libro a los ancianos. Yo le dije que no se lo había dado. "Has hecho bien", me contestó, "porque tengo algunas palabras que añadir. Cuando haya terminado todas las palabras, será dado a conocer por tu medio a todos los elegidos. Por tanto, tú escribirás dos libritos, y enviarás uno a Clemente y uno a Grapte. Y Clemente lo enviará a las ciudades extranjeras, porque éste es su deber; en tanto que Grapte lo enseñará a las viudas y huérfanos. Pero tú leerás el libro a esta ciudad junto con los ancianos que presiden la Iglesia".
Visión Tercera
[9] I. La tercera visión que vi, hermanos, fue como sigue: Después de ayunar con frecuencia, y rogar al Señor que me declarara la revelación que El había prometido mostrarme por boca de la señora anciana, aquella misma noche vi a la señora anciana, y ella me dijo: "Siendo así que eres tan insistente y estás ansioso de conocer todas las cosas, ven al campo donde resides, y hacia la hora quinta apareceré ante ti y te mostraré lo que debes ver". Yo le pregunté, diciendo: "Señora, ¿a qué parte del campo?" "Adonde quieras", me dijo. Yo seleccioné un lugar retirado y hermoso, pero antes de hablarle y mencionarle el lugar, ella me dijo: "Iré donde tú quieras". Fui, pues, hermanos, al campo y conté las horas, y llegué al lugar que yo había designado para que ella viniera y vi un sofá de marfil colocado allí, y sobre el sofá había un cojín de lino, y sobre el cojín una cobertura de lino fino.
Cuando vi estas cosas tan ordenadas y que no habla nadie allí, me asombré y me puse a temblar y se me erizó el pelo, y un acceso de temor cayó sobre mí porque estaba solo. Cuando me recobré y recordando la gloria  de Dios me animé, me arrodillé y confesé mis pecados al Señor una vez más, como había hecho en la ocasión anterior.
Entonces vinieron seis jóvenes, los mismos que había visto antes, y se quedaron de pie junto a mí y me escucharon atentamente mientras oraba y confesaba mis pecados al Señor. Y ella me tocó y me dijo: "Hermas, termina ya de rogar constantemente por tus pecados; ruega también pidiendo justicia para que puedas dar parte de ella a tu familia". Entonces me levantó con la mano y me llevó al sofá, y dijo a los jóvenes: "Id y edificad". Y después que los jóvenes se hubieron retirado y nos quedamos solos, ella me dijo: "Siéntate aquí". Y yo le dije: "Señora, que se sienten los ancianos primero". "Haz lo que te mando", dijo ella, "siéntate". Entonces, cuando yo quería sentarme en el lado derecho, ella no me lo permitió, sino que me hizo una seña con la mano de que me sentara en el lado izquierdo. Como yo estaba entonces pensando en ello y estaba triste, porque ella no me habla permitido sentarme en el lado derecho, me dijo ella: "¿Estás triste, Hermas? El lugar de la derecha es para otros, los que han agradado ya a Dios y han sufrido por su Nombre. Pero a ti te falta mucho para poder sentarte con ellos; pero así como permaneces en tu sencillez, continúa en ella, y te sentarás con ellos, tú y todos aquellos que han hecho sus obras y han sufrido lo que ellos sufrieron".
[10] II. "¿Qué es lo que sufrieron?", pregunté yo. "Escucha", dijo ella: "Azotes, cárceles, grandes tribulaciones, cruces, fieras, por amor al Nombre. Por tanto, a ellos pertenece el lado derecho de la Santidad. A ellos y a los que sufrirán por el Nombre. Pero para el resto está el lado izquierdo. No obstante, para unos y otros, para los que se sientan a la derecha como para los que se sientan a la izquierda, hay los mismos dones y las mismas promesas, sólo que ellos se sientan a la derecha y tienen cierta gloria. Tú, verdaderamente, deseas sentarte a la derecha con ellos, pero tienes muchos defectos; con todo, serás purificado de estos defectos tuyos; sí, y todos los que no son de ánimo indeciso, serán purificados de todos sus pecados en este día".
Cuando hubo dicho esto, ella deseaba partir; pero, cayendo a sus pies, yo le rogué por el Señor que me mostrara la visión que me había prometido. Entonces ella me tomó de nuevo por la mano y me levantó, y me hizo sentar en el sofá en el lado izquierdo, en tanto que ella se sentaba en el derecho. Y levantando una especie de vara reluciente, me dijo: "¿Ves algo muy grande?" Y yo le dije: "Señora, no veo nada". Ella me dijo: "Mira, ¿no ves enfrente de ti una gran torre edificada sobre las aguas, de piedras cuadradas relucientes?" Y la torre era edificada cuadrada por los seis jóvenes que habían venido con ella. Y muchísimos otros traían piedras, y algunos de ellos de lo profundo del mar y otros de la tierra, y las iban entregando a los seis jóvenes. Y éstos las tomaban y edificaban. Las piedras que eran arrastradas del abismo las colocaban en el edificio tal como eran, porque ya se les había dado forma. Y encajaban en sus junturas con las otras piedras, y se adherían tan juntas la una a la otra que no se podía ver la juntura. Y el edificio de la torre daba la impresión de haber sido edificado de una sola piedra. Pero en cuanto a las otras piedras que eran traídas de tierra firme, algunas las echaban a un lado, otras las ponían en el edificio, y otras las hacían pedazos y las lanzaban lejos de la torre. Había también muchas piedras echadas alrededor de la torre y no las usaban para el edificio, porque algunas tenían moho, otras estaban resquebrajadas, otras eran demasiado pequeñas, y otras eran blancas y redondas y no encajaban en el edificio. Y vi otras piedras echadas a distancia de la torre y caían en el camino y, con todo, no se quedaban en el camino, sino que iban a parar a un lugar donde no había camino. Y otras caían en el fuego y ardían allí, y otras caían cerca de las aguas y, pese a todo, no podían rodar dentro del agua, aunque deseaban rodar y llegar al agua.
[11] III. Cuando ella me hubo mostrado estas cosas, deseaba irse con prisa. Yo le dije: "Señora, ¿qué ventaja tengo en haber visto estas cosas, si no sé lo que significan?" Ella me contestó y me dijo: "Tú eres muy curioso al desear conocer todo lo que se refiere a la torre". "Sí, señora", le dije, "para que pueda anunciarlo a mis hermanos, y que ellos puedan gozarse más y, cuando oigan estas cosas, puedan conocer al Señor en gran gloria". Entonces me dijo: "Muchos las oirán, pero cuando oigan, algunos estarán contentos y otros llorarán. Sin embargo, incluso estos últimos, si oyen y se arrepienten, también estarán contentos. Oye, pues, las parábolas de la torre; porque te revelaré todas estas cosas. Y no me molestes más sobre la revelación; porque estas revelaciones tienen un término, siendo así que ya han sido completadas. No obstante, no cesarás de pedirme revelaciones; porque eres muy atrevido".
"La torre que ves que se está edificando, soy yo misma, la Iglesia, a quien viste antes y ves ahora. Pregunta, pues, lo que quieras respecto a la torre, y te lo revelaré, para que puedas gozarte con los santos". Yo le digo: "Señora, como me consideraste digno, una vez por todas, de revelarme todas estas cosas, revélamelas". Entonces ella me dijo: "Todo lo que se te pueda revelar, se te revelará. Sólo que tu corazón esté con Dios y no haya dudas en tu mente sobre las cosas que veas". Le pregunté: "¿Por qué es edificada la torre sobre las aguas, señora?". "Ya te lo dije antes", dijo ella, "y verdaderamente tú preguntas diligentemente, así que por tus preguntas descubrirás la verdad. Oye, pues, por qué la torre es edificada sobre las aguas: es porque vuestra vida es salvada y será salvada por el agua. Pero la torre ha sido fundada por la palabra del Todopoderoso y el Nombre glorioso, y es fortalecida por el poder invisible del Señor".
[12] IV. Yo le contesté y le dije: "Señora, esto es grande y maravilloso. Pero los seis jóvenes que edifican, ¿quiénes son, señora?".
"Estos son los santos ángeles de Dios, que fueron creados antes que cosa alguna; a ellos el Señor entregó toda su creación para que la aumentaran y edificaran, y para ser señores de toda la creación. Por sus manos, pues, es realizada la edificación de la torre". "Y ¿quiénes son los otros que acarrean las piedras?" "Son también ángeles de Dios; pero estos seis son superiores a ellos. El edificio de la torre será terminado, y todos juntos se regocijarán en el corazón cuando estén alrededor de la torre, y glorificarán a Dios que la edificación de la torre haya sido realizada". Yo inquirí de ella, diciendo: "Señora, me gustaría saber, respecto al fin de las piedras y su poder, ¿de qué clase son?". Ella me contestó y dijo: "No es que tú entre todos los hombres seas especialmente digno de que te sea revelado, porque hay otros antes que tú, y mejores que tú, a los cuales deberían haber sido reveladas estas visiones. Pero para que sea glorificado el nombre de Dios, se te ha revelado y se te revelará, por causa de los de ánimo indeciso, que preguntan en sus corazones si estas cosas son así o no. Diles, pues, que estas cosas son verdaderas, y que no hay nada aparte de la verdad, sino que todas son firmes, y válidas, y establecidas sobre un fundamento seguro".
[13] V. "Oye ahora respecto a las piedras que entran en el edificio. Las piedras que son cuadradas y blancas, y que encajan en sus junturas, éstas son los apóstoles y obispos y maestros y diáconos que andan según la santidad de Dios, y ejercen su oficio de obispo, de maestro y diácono en pureza y santidad para los elegidos de Dios, algunos de los cuales ya duermen y otros están vivos todavía. Y, debido a que siempre están de acuerdo entre sí, tuvieron paz entre sí y se escucharon el uno al otro. Por tanto, sus junturas encajan en el edificio de la torre. Pero están las que son sacadas de la profundidad del mar y colocadas en el edificio, y que encajan en sus junturas con las otras piedras que ya estaban colocadas; éstos, ¿quiénes son? Son los que han sufrido por el nombre del Señor. Pero las otras piedras que son traídas de tierra seca, me gustaría saber quiénes son éstos, señora. Ella contestó: "Los que entran en el edificio y todavía no están labrados, a éstos el Señor ha aprobado porque anduvieron en la rectitud del Señor y ejecutaron rectamente sus mandamientos". "Pero los que van siendo traídos y colocados en el edificio, ¿quiénes son?". "Son jóvenes en la fe, y fieles; pero fueron advertidos por los ángeles que obren bien, porque en ellos fue hallada maldad". "Pero los que fueron desechados y puestos a un lado, ¿quiénes son?". "Estos han pecado y desean arrepentirse, por tanto no son lanzados a gran distancia de la torre, porque serán útiles para la edificación si se arrepienten. Los que se arrepienten, pues, si lo hacen, serán fuertes en la fe si se arrepienten ahora en tanto que se construye la torre. Este privilegio lo tienen solamente los que se hallan cerca de la torre".


Leer más: http://www.monografias.com/trabajos93/pastor-hermas/pastor-hermas.shtml#ixzz3QF6aFTBj

martes, 27 de enero de 2015

Un general después de la guerra.

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  • Las memorias incómodas del cardenal Biffi


    Está a la venta en librerías la nueva edición de su autobiografía. Con cien páginas más y muchas sorpresas: sobre el post-concilio, los judíos, la mujer, la castidad, la homosexualidad. A continuación un anticipo

    por Sandro Magister




    ROMA, 16 de noviembre de 2010 – Dentro de dos días saldrá a la venta en las librerías italianas la nueva edición ampliada de las memorias del cardenal Giacomo Biffi, de 82 años de edad, milanés, arzobispo de Boloña desde 1984 hasta el 2003.

    La primera edición del libro, publicada en el 2007, impactó muy fuerte. En la Cuaresma de ese mismo año Benedicto XVI había llamado a Biffi para predicar los ejercicios espirituales en el Vaticano.

    De ese primer volumen impactaron los juicios con los que el cardenal criticaba la ingenuidad de Juan XXIII, los frutos negativos del Concilio Vaticano II, los silencios sobre el comunismo, los "mea culpa" de Juan Pablo II y tantas otras cosas más.

    También esta nueva edición suscitará seguramente comentarios. Al hacer un recorrido de su vida, Biffi ha agregado nuevos capítulos y nuevas reflexiones, siempre con su estilo punzante, irónico y anticonformista.

    Las páginas agregadas son un centenar, de las que anticipamos líneas abajo tres extractos: sobre las aberraciones del post-concilio, sobre la Iglesia y los judíos, sobre la ideología de la homosexualidad.

    *

    Pero en esta segunda edición del libro hay muchas otras cosas nuevas.

    Todo un capítulo está dedicado, por ejemplo, al "desafío de la castidad", con reflexiones originales y sorprendentes sobre la respuesta cristiana – incluido el celibato "por el reino de los cielos" – a las teorías y a las prácticas sexuales dominantes.

    Otra amplia "acotación" se refiere a la concepción que el cristianismo tiene de la mujer, revolucionaria respecto a las que han prevalecido en diferentes épocas y en diferentes culturas.

    Otras páginas vuelven a un Papa muy criticado, Pío IX, con observaciones agudas sobre las decisiones a largo plazo que él tomó.

    Además, como milanés de pura sangre que es, el cardenal Biffi no se calla sobre las vicisitudes del rito ambrosiano, el antiquísimo y espléndido rito litúrgico en uso en la diócesis de Milán desde los tiempos de san Ambrosio.

    Luego de haber corrido serios riesgos de ser abolido inmediatamente después del Concilio, el rito ambrosiano ha sido adaptado a las novedades conciliares, con un imponente trabajo del cual Biffi ha sido uno de los protagonistas, cuando era obispo auxiliar de Milán.

    Pero recientemente ha sucedido algo que el mismo Biffi ya ha denunciado públicamente, y que resume de este modo en la nueva edición de sus memorias:

    "A partir del año 2008, la serie de los libros ambrosianos ha comenzado a acrecentarse con los volúmenes de un sorprendente leccionario ofrecido a los cultores de la liturgia milanesa.

    "Allí se encuentra de todo: arqueologismos triviales y a veces también engañosos; riesgosas iniciativas rituales; perspectivas teológicas poco fundadas y equívocas; propuestas pastorales sin un buen sentido e inclusive algún curioso atractivo lingüístico.

    "Es una empresa de gran envergadura, audaz sin ninguna duda y ambiciosa; más audaz que sabia, más ambiciosa que iluminada. Permanecerá viva largo tiempo en la memora sorprendida de nuestra Iglesia.

    "Ahora sólo podemos confiar en la esperanza que un 'opus singulare' como éste no se convierta en el primer ejemplo de una nueva serie de textos litúrgicos, elaborados con análogo descaro y con el mismo deplorable resultado".

    *

    Hay otra referencia a la diócesis de Milán en un capítulo que el cardenal Biffi ha agregado hacia el final del libro, para confortar a quien teme una declinación o inclusive una desaparición del cristianismo en el mundo.

    Para mostrar que Dios "puede siempre torcer a favor de los creyentes las situaciones que aparentan ser las más desesperadas", Biffi presenta dos ejemplos.

    El primero es el nombramiento de Ambrosio en el año 374 como obispo de Milán:

    "Luego de veinte años de episcopado de Ausencio, un hombre de fe contaminada, desposado con la emperatriz arriana Justina y dócil instrumento de la intromisión de la corte en la vida de la 'nación santa', humanamente hablando nadie hubiera apostado una moneda sobre la recuperación del catolicismo milanés. Pero vino Ambrosio y cambió todo. 'Luego de la tardía muerte de Ausencio – escribe san Jerónimo en su 'Chronicon' – Ambrosio se convierte en obispo de Milán y toda Italia retornó a la verdadera fe".

    El segundo ejemplo es la llegada de Carlos Borromeo en 1566 como pastor de la diócesis:

    "En la segunda mitad del siglo XVI, luego del largo período en el que fue imposible encontrar “de facto” pastores nombrados (formando parte del episcopado, entre otros, los dos mundanos prelados de Ferrara, Hipólito I e Hipólito II de Este) ninguno podía decentemente esperar un reflorecimiento del cristianismo ambrosiano. Pero en 1566 llegó Carlos Borromeo, un cardenal de veintisiete años, y comenzó la verdadera 'Reforma católica'".

    Comenta Biffi:

    "En ambos casos el milagro se produjo a través del comportamiento indecente de los hombres. La elección episcopal de Ambrosio, un leal y hábil funcionario imperial, estaba en los planes de Valentiniano I para aumentar su intromisión política en la vida eclesial. La carrera de Carlos Borromeo comenzaba gracias al deplorable nepotismo del papa Pío IV, hermano de su mamá.

    "Es, una vez más, el humorismo de Dios, quien se divierte sacando el bien del mal. Como se ve, también en las estaciones más deprimentes el pueblo de los creyentes puede siempre mirar a lo alto, rezar con ánimo sereno y esperar".

    En este capítulo no dice una sola palabra sobre los obispos de Milán de los últimos treinta años. Pero basta leer todo el libro de memorias para entender cómo los juzga Biffi.

    Para él, la época luminosa de los grandes obispos de Milán en el siglo XX – herederos genuinos de san Ambrosio y de san Carlos Borromeo – ha concluido con Giovanni Colombo, mientras que sus sucesores Carlo Maria Martini y Dionigi Tettamanzi no han brillado en absoluto. Después de ellos, solamente hay que esperar otro "milagro".

    *

    Por último, otro capítulo nuevo de este libro del cardenal Biffi se refiere a Giuseppe Dossetti, político y luego sacerdote, hombre clave del Concilio Vaticano II, personalidad extraordinariamente influyente en la cultura católica de las últimas décadas, no sólo en Italia.

    Biffi conoció bien a Dossetti, quien vivía en la diócesis de Boloña. Lo define como un "auténtico hombre de Dios" y como un "discípulo generoso del Señor". Pero ante la pregunta: "¿Ha sido también un verdadero teólogo y un maestro confiable en la sagrada doctrina?", la respuesta del cardenal es no.

    Un no muy fundamentado, que seguramente planteará discusiones. Pero sobre esto www.chiesa volverá en un servicio posterior.

    A continuación tres muestras de las muchas novedades contenidas en la segunda edición de las memorias del cardenal Biffi.

    __________



    CONCILIO Y "POST-CONCILIO"


    (pp. 191-194)


    Para poner un poco de claridad en la confusión que en nuestros días aflige a la cristiandad, es necesario que ante todo y en forma ineludible se distinga con mucho cuidado el acontecimiento conciliar del clima eclesial que le ha seguido. Son dos fenómenos distintos y exigen una valoración diferente.

    Pablo VI creyó sinceramente en el Concilio Vaticano II y en su relevancia positiva para toda la cristiandad. Fue un protagonista decisivo, al seguir todos los días con atención los trabajos y las discusiones, ayudando a superar las dificultades recurrentes de sus desarrollos.

    Él esperaba que, en virtud del empeño común tanto de todos los titulares del carisma apostólico como del sucesor de Pedro, una época bendecida por una vitalidad creciente y por una fecundidad excepcional debía casi inmediatamente beneficiar y alegrar a la Iglesia.

    Por el contrario, el “post-concilio”, en muchas de sus manifestaciones, lo preocupó y lo desilusionó. Entonces, con admirable franqueza reveló su congoja, y con apasionada lucidez en sus expresiones golpeó a todos los creyentes, al menos a aquellos cuya visión no estuviese demasiado obnubilada por la ideología.

    El 29 de junio de 1972, en la fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo, hablando en forma espontánea, llegó a afirmar que «tenía la sensación que a través de alguna fisura ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios. Existe en su interior la duda, la incertidumbre, la problemática, la inquietud, la insatisfacción, el enfrentamiento. No se confía en la Iglesia.... Se creía que luego del Concilio habría venido una jornada de sol para la historia de la Iglesia, pero por el contrario, se ha presentado una jornada cargada de nubes, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbre… Creemos que algo preternatural (el diablo) ha venido al mundo para perturbar, para sofocar los frutos del Concilio Ecuménico y para impedir que la Iglesia cantara a viva voz un himno de alegría por haber retenido en plenitud el conocimiento de sí misma». Son palabras dolorosas y graves sobre las que no es necesario molestarse en reflexionar.

    ¿Cómo ha podido suceder que de los pronunciamientos legítimos y de los textos del Vaticano se haya llegado a una estación tan diferente y lejana?

    La cuestión es compleja y las razones son variadas, pero sin duda ha pesado también un proceso (por así decir) de aberrante “destilación”, que del “dato” conciliar auténtico y vinculante ha extraído una mentalidad y una moda lingüística totalmente heterogénea. Es un fenómeno que aflora por todas partes en el “post-concilio”, y sigue proponiéndose nuevamente en forma más o menos explícita.

    Para hacernos entender, podríamos aventurarnos a indicar el procedimiento esquemático de tal curiosa “destilación”.

    La primera fase consiste en un acercamiento discriminatorio de la redacción  conciliar, que distingue los textos aceptados y citables de los inoportunos o al menos inútiles, que hay que silenciar.

    En la segunda fase se reconoce como enseñanza preciosa del Concilio no lo formulado en realidad, sino lo que la santa asamblea nos habría otorgado si no hubiese sido impedido por la presencia de muchos padres conciliares retrógrados e insensibles a la efusión del Espíritu.

    Con la tercera fase se insinúa que la verdadera doctrina del Concilio no es la que de hecho fue canónicamente formulada y aprobada, sino la que habría sido formulada y aprobada si los padres conciliares hubiesen estado más iluminados, hubiesen sido más coherentes y más valientes.

    Con una metodología teológica y histórica semejante  – nunca enunciada en forma tan evidente, pero no por eso menos implacable – es fácil imaginar el resultado que se deriva de ello: lo que en forma casi obsesiva se adopta y exalta no es el Concilio que ha sido celebrado de hecho, sino (por así decir) un “Concilio virtual”, un Concilio que no tiene un puesto en la historia de la Iglesia, sino en la historia de la imaginación eclesiástica. Quien después se atreve aunque sea tímidamente a disentir, es estigmatizado con la marca infamante de “preconciliar”, cuando no es directamente colocado entre los tradicionalistas rebeldes o con los execrados integristas.

    Y puesto que entre los “destilados de contrabando” del Concilio se cuenta también el principio que ahora no hay error que pueda ser condenado dentro del catolicismo, a menos que se quiera pecar contra el deber primario de la comprensión y del diálogo, hoy se torna difícil, entre los teólogos y pastores, tener la valentía de denunciar con vigor y con tenacidad los venenos que están intoxicando progresivamente al inocente pueblo de Dios.



    UN CARDENAL Y UN PAPA EN DEFENSA DE LOS JUDÍOS


    (pp. 360-362)


    El 4 de noviembre de 1988 los judíos de Boloña pensaron que era su obligación hacer una conmemoración pública, en el 50º aniversario, de las infames y vergonzosas leyes antisemitas de 1938. Con toda el alma y con pleno convencimiento he querido manifestar en esa ocasión, en nombre de toda la Iglesia de la ciudad mi total adhesión, asegurando la presencia personal en el rito conmemorativo en la sede de la sinagoga, donde he sido recibido con viva cordialidad y he tomado parte en la oración.

    En esa circunstancia me han vuelto a la mente los hechos de ese lejano 1938, que ya entonces me habían golpeado en particular, si bien no tenía en ese entonces ni siquiera once años de edad.

    En esos días, las normas antijudías – precedidas por diferentes publicaciones sobre la “raza”, de naturaleza pseudocientífica, avaladas si no directamente encargadas por el régimen – llovieron varias veces sobre la atónita nación italiana. Por citar sólo aquéllas de las que tengo alguna noticia, el 1° de setiembre un decreto-ley del consejo de ministros comenzó a prohibir a los extranjeros de origen judío la residencia estable en nuestro territorio. El 2 de setiembre otro decreto -ley despojó, en todas las escuelas del reino, de todo orden y grado a los docentes y a los alumnos de raza judía. El 10 de noviembre, siempre con un decreto-ley, se excluyó a los judíos de todo empleo en la administración pública, en los entes paraestatales y en las administraciones municipales. Y no estábamos sino en el comienzo de las vejaciones, que luego se hicieron cada vez más punzantes y devastadoras.

    Nuestro pueblo, golpeado por sorpresa, estaba desorientado y asustado, cuando imprevistamente se elevó en Milán una voz – era la primera y fue la única – que tuvo la valentía de tomar abiertamente distancia de tanta locura.

    El 13 de noviembre, desde el púlpito del Duomo de Milán, el cardenal Schuster pronunció una homilía por el comienzo del Adviento ambrosiano, la que desde las primeras palabras, en vez de recordar el contexto litúrgico, afrontó inmediatamente el argumento que más lo preocupaba:

    «Ha nacido en el exterior y se propaga de a poco por todas partes una especie de herejía, que no solamente atenta contra los fundamentos sobrenaturales de la Iglesia Católica sino que, al materializar en la sangre humana los conceptos espirituales de individuo, de nación y de patria, niega a la humanidad cualquier otro valor espiritual, constituyendo así un peligro internacional no menor al del mismo bolcheviquismo. Es el llamado racismo».

    Es difícil hoy darse cuenta de la impresión suscitada por esas palabras de crítica frente al pensamiento y comportamiento de un gobierno que, hace décadas, no toleraba ni siquiera la más tenue expresión disonante. Esas palabras no quedaron confinadas dentro de la también solemne atmósfera de una catedral llena de gente: fueron publicadas en la "Rivista Diocesana Milanese" y, dos días después que fueron pronunciadas, fueron divulgadas por "L’Italia", el diario católico que se entregaba en nuestras casas. En Roma, desde los ambientes fascistas, se comenzó a pedir una retractación o al menos un cambio evidente de orientación del diario, con la amenaza (en caso contrario) de una clausura inapelable.

    Pero el cardenal no fue abandonado a su suerte. De parte del Papa llegó un mensaje con la firma del secretario, monseñor Carlo Confalonieri: «El Santo Padre exhorta al cardenal de Milán que sostenga con valentía la doctrina católica, porque no se puede ceder en este punto, ni el diario "L’Italia" tampoco puede cambiar su orientación. “Aut sit ut est, aut non sit” [O de este modo, o nada]. En caso que fuese obligado a cesar las publicaciones, que se pasen al “Osservatore Romano” los nombres de los suscriptores».

    La última frase nos recuerda que Pío XI no abandonó jamás su “capacidad de tomar decisiones concretas, típica de los milaneses”, ni siquiera en los momentos más decisivos y dramáticos de su actuación pontificia.

    Yo era solamente un chico, pero a partir de esa experiencia he comprendido qué ventura “laica” y racional es, cuando sobreviene la hora de la general timidez y del conformismo condescendiente, la presencia en nuestro país de la Iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad (cf. 1Tm 3, 15).

    Pero ha habido alguien que recientemente en Italia (desde la cima de uno de los máximos cargos del Estado), en una intervención pública totalmente inmotivada, ha hablado de un deplorable silencio de la Iglesia en esas circunstancias. Ciertamente, al ser él del año 1952, tiene el atenuante de no haber nacido en esa época, pero tiene el agravante de haber querido, no obstante ello, de hablar a fondo del tema, revelando al mismo tiempo sus preconceptos gratuitos y su particular desinformación.



    LA IDEOLOGÍA DE LA HOMOSEXUALIDAD

    (pp. 609-612)


    Respecto al problema hoy emergente de la homosexualidad, la concepción cristiana nos dice que es necesario siempre distinguir entre el respeto debido a las personas, que conlleva el rechazo de toda marginación social y política (excepto la naturaleza inderogable de la realidad matrimonial y familiar), y el rechazo de toda exaltada “ideología de la homosexualidad”, rechazo que es obligatorio.

    La palabra de Dios, tal como la conocemos en una página de la Carta a los Romanos del apóstol Pablo, nos ofrece una interpretación teológica del fenómeno de la extendida aberración cultural en esta materia: tal aberración – afirma el texto sagrado – es al mismo tiempo la prueba y el resultado de la exclusión de Dios de la atención colectiva y de la vida social, y de la reticencia a darle la gloria que Él espera (cf. Rm 1, 21).

    La exclusión del Creador determina un descarrilamiento universal de la razón: «Se han perdido en sus vanos razonamientos y sus mentes obtusas se han entenebrecido. Si bien se declaran sabios, se han vuelto necios» (Rm 1, 21-22). En consecuencia, a partir de esta obcecación intelectual se produce la caída conductual y teórica en el más completo libertinaje: «Por eso Dios los ha abandonado a la impureza de los deseos de su corazón, hasta llegar a deshonrar entre ellos a sus propios cuerpos» (Rm 1, 24).

    Y para prevenir cualquier equívoco y toda lectura acomodaticia, el apóstol prosigue haciendo un análisis impresionante, formulado con términos totalmente explícitos:

    «Por eso Dios los ha abandonado a las pasiones infames. En efecto, sus mujeres han cambiado las relaciones naturales en relaciones contra natura. Igualmente también los varones, abandonando la relación natural con la mujer, han ardido de deseo unos con otros, cometiendo actos ignominiosos varones con varones, recibiendo así en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como no consideraron que debían conocer a Dios adecuadamente, Dios los ha abandonado a su inteligencia depravada y ellos han cometido acciones indignas» (Rm 1, 26-28).

    Por último, san Pablo se apresura a observar que la vileza extrema se da cuando “los autores de tales cosas… no sólo las cometen, sino que también aprueban a quien las lleva a cabo” (cf. Rm 1, 32).

    Es una página del libro inspirado, que ninguna autoridad terrenal puede obligarnos a censurar. Y ni siquiera nos es permitido, si queremos ser fieles a la palabra de Dios, la actitud pusilánime de ignorarla, a causa de la preocupación de parecer no “políticamente correctos”.

    Debemos hacer notar también el interés particular para nuestros días de esta enseñanza de la Revelación: lo que san Pablo ponía de manifiesto como acontecido en el mundo greco-romano, se demuestra proféticamente correspondiente a lo que se ha verificado en la cultural occidental en estos últimos siglos. La exclusión del Creador – hasta proclamar grotescamente, hace algunas décadas, la “muerte de Dios” – ha tenido como consecuencia (y casi como castigo intrínseco) una propagación de una visión sexual aberrante, desconocida (en cuanto a su arrogancia) en las épocas anteriores.

    La ideología de la homosexualidad – como se entiende a menudo a las ideologías cuando se tornan agresivas y llegan a ser políticamente vencedoras – se convierte en una insidia contra nuestra legítima autonomía de pensamiento: quien no la comparte corre el riesgo de la condena en una especie de marginación cultural y social.

    Los atentados a la libertad de juicio comienzan por el lenguaje. Quien no se resigna a aceptar la “homofilia” (es decir, el aprecio teórico de las relaciones homosexuales), es acusado de “homofobia” (etimológicamente el “miedo a la homosexualidad). Debe quedar bien en claro: quien se ha mantenido fuerte, iluminado por la luz de la palabra inspirada y vive en el “temor de Dios”, no tiene miedo de nada, excepto de la estupidez frente a la cual, como decía Bonhoeffer, estamos indefensos. Ahora se levanta a veces contra nosotros directamente la acusación increíblemente arbitraria de “racismo”: un vocablo que, entre otras cosas, no tiene nada que ver con esta problemática, y en todo caso es totalmente extraño a nuestra doctrina y a nuestra historia.

    El problema sustancial que se perfila es éste: ¿se permite todavía en nuestros días ser discípulos fieles y coherentes de la enseñanza de Cristo (que desde hace milenios ha inspirado y enriquecido toda la civilización occidental), o debemos prepararnos a una nueva forma de persecución, promovida por los homosexuales facciosos, por sus cómplices ideológicos y también por aquellos que tendrían el deber de defender la libertad intelectual de todos, inclusive de los cristianos?

    Hacemos una pregunta en particular a los teólogos, a los biblistas y a los pastoralistas: ¿por qué en este clima de exaltación casi obsesiva de la Sagrada Escritura no hay nadie que cite el pasaje de Rm 1, 21-32? ¿Cómo no hay nadie que se preocupe un poco de hacerlo conocer a los creyentes y a los no creyentes, no obstante su evidente actualidad?

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    El libro:

    Giacomo Biffi, "Memorie e digressioni di un italiano cardinale", nuova edizione ampliata, Cantagalli, Siena, 2010, pp. 688, euro 25,00.

    Pero ésta es la presentación de la anterior edición de las memorias del cardenal, con algunos pasajes escogidos:

    > Antes del último cónclave: "Qué le dije al futuro Papa"
    (26.10.2007)

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    Respecto a la disputa sobre el nuevo leccionario ambrosiano:

    > Rito ambrosiano. El hacha del cardenal Biffi puesta sobre el nuevo leccionario (1.2.2010)

    > Conflictos ambrosianos. Biffi golpea, de Milán responden (15.2.2010)

    > Al cardenal Biffi ese libro de verdad no le agrada (11.3.2010)

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    Traducción en español de José Arturo Quarracino, Buenos Aires, Argentina

    lunes, 26 de enero de 2015

    Antes del último cónclave: "Qué le dije al futuro Papa"

    Antes del último cónclave: "Qué le dije al futuro Papa"


    El cardenal Giacomo Biffi pone sus memorias en un libro. Aquí un adelanto del mismo: el discurso por él pronunciado en la reunión a puertas cerradas con los cardenales. Y después sus juicios críticos sobre Juan XXXIII, sobre el Concilio, sobre el "mea culpa" de Juan Pablo II

    por Sandro Magister




    ROMA, 26 de octubre del 2007 – En las vísperas de sus ochenta años, el cardenal Giacomo Biffi pone en librería un amplio libro autobiográfico, con el título: “Memorie e digressioni di un italiano cardinale [Memorias y digresiones de un italiano cardenal]”.

    Biffi es recordado sobre todo como arzobispo de Bolonia, desde 1984 al 2003. Pero en el libro él recorre su entera vida, desde el nacimiento en la Milán obrera hasta cuando se convirtió en sacerdote, después en profesor de teología, párroco, arzobispo y finalmente cardenal.

    En el prólogo, Biffi reporta estas palabras de san Ambrosio, gran arzobispo de la Milán del IV siglo, su amado “padre y maestro”:

    “Para un obispo no hay nada tan riesgoso frente a Dios y tan vergonzoso frente a los hombres, como el no proclamar libremente el propio pensamiento”

    Y puntualmente, en las 640 páginas del volumen, el pensamiento de Biffi prorrumpe en plena libertad, punzante, irónico, anticonformista.

    No hay pasaje crucial de la vida de la Iglesia que no caiga bajo su juicio afilado y con frecuencia sorprendente.

    Es una sorpresa, por ejemplo, que señale como “el Papa más grande del siglo veinte” a Pío XI, que es quizá el Papa más dejado y olvidado hoy.

    Es una sorpresa descubrir que, cuando era arzobispo de Bolonia, él, tan criticado por haber definido preferible acoger en Italia inmigrantes cristianos en vez de inmigrantes musulmanes, hospedó por muchas noches en una iglesia un tupido grupo de magrebinos sin hogar, en las semanas más crudas del invierno.

    También los silencios son elocuentes. A Joseph Ratzinger el libro le dedica escasas referencias. Pero el lector entiende por muchos indicios que Biffi tiene una altísima estima por el actual Papa. Una estima intercambiada por la invitación a predicar en el Vaticano los ejercicios espirituales de la cuaresma del 2007 que le hizo Benedicto XVI.

    En cambio, el casi silencio sobre el cardenal Carlo Maria Martini – del que Biffi fue obispo auxiliar por cuatro años en Milán – hace transparentar un juicio inexorablemente crítico. Inmediatamente antes de liquidar en pocas líneas el nombramiento del célebre jesuita como arzobispo de Milán, al final del 1979, Biffi pone en claro que la época luminosa de los grandes obispos de Milán del siglo XX – herederos genuinos de san Ambrosio y san Carlos Borromeo – ya había concluido con el antecesor de Martini, Giovanni Colombo.

    Y por otro silencio – el que en el libro envuelve al sucesor de Martini, el cardenal Dionigi Tettamanzi – se saca que tampoco con el actual obispo de Milán la estación de los grandes pastores “ambrosianos” y “borromeos” de signos de retomarse.

    El por qué está bien explicado. Para Biffi un obispo es grande cuando gobierna la Iglesia “con el calor y la certeza de la fe, la concreción de las iniciativas y de las obras, la capacidad de responder a las interpelaciones de los tiempos no con concesiones o mimetismos sino tomando del patrimonio inalienable de la verdad”. Evidentemente, a juicio de Biffi, ni Martini ni Tettamanzi corresponden a este perfil.

    Otra personalidad que Biffi somete a crítica severa es don Giuseppe Dossetti, en su juventud un importante hombre político – admirado en aquellos años por el mismo Biffi – después sacerdote y monje, muy activo consultor del cardenal Giacomo Lercaro en el Concilio Vaticano II y arquetipo de la “escuela de Bolonia” y de la interpretación del Concilio como ruptura con el pasado y nuevo inicio.

    Biffi escribe que Dossetti mantuvo hasta el último “una obsesión primaria y permanente por la política, que alteraba su perspectiva general”. Además le imputa una “insuficiente fundación teológica”.

    Dossetti ha sido el hombre que en el último medio siglo ha influido más sobre las orientaciones de la élite intelectual de la Iglesia italiana.

    En cambio, el líder espiritual italiano que a juicio de Biffi ha intuido con más lucidez la misión y los peligros para la Iglesia en el mundo de hoy ha sido don Divo Barsotti, recordado con admiración más veces en el libro.

    Las memorias del cardenal Biffi son una lectura obligada para quien quiera observar el recorrido actual de la Iglesia desde una visión fuera de los esquemas, y al mismo tiempo autorizada. Pero son también una lectura cautivadora, que aferra desde las primeras páginas por la brillantez de la escritura, siempre sobria y esencial.

    Son el relato de una vida íntegralmente dedicada a la Iglesia. A continuación se reportan algunos pasajes: sobre Juan XXIII, sobre el Concilio Vaticano II y sus recaídas, sobre el “mea culpa” de Juan Pablo II y, finalmente, sobre el último cónclave, con el discurso completo – hasta ayer secreto – dirigido por el cardenal Biffi al futuro Papa.

    Un papa – Benedicto XVI – que en aquella fecha estaba todavía por elegir. Sin embargo tan semejante a las expectativas de este gran elector suyo.



    Juan XXIII: Papa bueno, mal maestro

    (pp.177-179)


    El Papa Roncalli murió en la solemnidad de Pentecostés, el 13 de junio de 1963. También yo lloraba, porque tenía una invencible simpatía por él. Me encantaban sus gestos “irrituales”, y me alegraban sus palabras frecuentemente sorprendentes y sus salidas extemporáneas.

    Solo la evaluación de algunas frases me dejaba titubeante. Y eran precisamente las que más fácilmente que otras conquistaban las almas, porque se presentaban conformes a las instintivas aspiraciones de los hombres.

    Estaba, por ejemplo, el juicio de reprobación sobre los “profetas de desventura”.

    La expresión se hizo y se mantuvo popularísima y es natural: a la gente no le gusta los aguafiestas; prefiere a quien promete tiempos felices en vez de quien presenta temores y reservas. Y yo también admiraba el valor y el empuje espontáneo de este “joven” sucesor de Pedro en los últimos años de su vida.

    Pero recuerdo que casi inmediatamente me asaltó una duda. En la historia de la Revelación, usualmente también los anunciadores de castigos y calamidades fueron los verdaderos profetas, como por ejemplo Isaías (capítulo 24), Jeremías (capítulo 4), Ezequiel (capítulos 4-11).

    Jesús mismo, leyendo el capítulo 24 del Evangelio de Mateo, sería contado entre los “profetas de la desventura”: las noticias de futuros hechos y de próximas alegrías no se refieren como norma a la existencia de aquí abajo, sino a la “vida eterna” y el “Reino de los Cielo”

    En la Biblia son más bien los falsos profetas los que proclaman frecuentemente la inminencia de horas tranquilas y serenas (véase el capítulo 13 del libro de Ezequiel).

    La frase de Juan XXIII se explica con su estado de ánimo del momento, pero no debe ser absolutizada. Por el contrario, estará bien escuchar también a aquellos que tienen alguna razón de poner alerta a los hermanos, preparándoles para las posibles pruebas, y aquellos que consideran oportunas las invitaciones a la prudencia y la vigilancia.


    “Es necesario mirar más a lo que nos une que a lo que nos divide”. También esta sentencia – hoy muy repetida y apreciada, casi como la regla de oro del “diálogo” – nos viene de la época joánica y nos transmite la atmósfera de la misma.

    Es un principio de comportamiento de evidente sensatez, que se debe tener presente cuando se trata de simple convivencia y de discusiones de la sencillez de lo cotidiano.

    Pero se convierte en absurdo y desastroso en sus consecuencias, si se le aplica a los grandes temas de la existencia y particularmente a la problemática religiosa

    Es conveniente, por ejemplo, que se use este aforismo para salvaguardar las relaciones de buena vecindad en un condominio o la rápida eficiencia de un consejo comunal.

    Pero es un problema si lo dejamos inspirar en el testimonio evangélico frente al mundo, en nuestro esfuerzo ecuménico, en la discusión con los no creyentes. En virtud de este principio, Cristo podría volverse la primera y más ilustre víctima del diálogo con las religiones no cristianas. El Señor Jesús ha dicho de sí, aunque es una de sus palabras que tendemos a censurar: “Yo he venido a traer la división” (Lucas 12,51).

    En las cuestiones que cuentan la regla no puede ser otra sino esta: nosotros debemos mirar sobre todo a lo que es decisivo, sustancial, verdadero, nos divida o no.


    “Es necesario distinguir entre el error y el que yerra”. Es otra máxima que es parte de la herencia moral de Juan XXIII; ella también ha influenciado el catolicismo posterior.

    El principio es muy justo y toma su fuerza de las mismas enseñanzas evangélicas: el error no puede ser sino despreciado, odiado, combatido por los discípulos de Aquel que es la Verdad; mientras el que yerra – en su inalienable humanidad – es siempre una imagen viva, aunque en sus inicios, del Hijo de Dios encarnado; y por tanto debe ser respetado, amado, ayudado en lo posible.

    Pero no podía olvidar, reflexionando sobre esta sentencia, que la histórica sabiduría de la Iglesia jamás ha reducido la condena del error a una pura e ineficaz abstracción.

    El pueblo cristiano debe ser puesto en guardia y defendido de aquel que de hecho siembra el error, sin que por esto se deje de buscar su verdadero bien, aunque sin juzgar la responsabilidad subjetiva de ninguno, que conoce solamente Dios.

    Jesús a propósito de esto ha dado a los jefes de la Iglesia una directiva precisa: aquel que escandaliza con su comportamiento y con su doctrina, y no se deja persuadir ni por amonestaciones personales, ni por la más solemne reprobación de la Iglesia, “sea para ti como un pagano y un publicano” (cfr. Mt 18,17); previendo y prescribiendo de ese modo la institución de la excomunión.



    Los engaños del Vaticano II: el "aggiornamento" y la "pastoralidad"

    (pp. 183-184)


    El Papa Roncalli había asignado al Concilio, como tarea y como meta, la “renovación al interior de la Iglesia”; expresión más pertinente del vocablo “aggiornamento” (también de este Papa), pero que tuvo una inmerecida fortuna.

    Ciertamente no era la intención del Sumo Pontífice, pero “aggiornamento” incluía la idea que la “nación santa” se propusiera buscar su mejor conformidad no al designio eterno del Padre y su voluntad de salvación (como había siempre creído que debía hacer en sus justos intentos de “reforma”), sino a la “jornada” (a la historia temporal y mundana); y así se daba la impresión de consentir a la “cronolatría”, para usar el término censura acuñado posteriormente por Maritain.

    Juan XXIII anhelaba un Concilio que lograse la renovación de la Iglesia no con las condenas, sino con la “medicina de la misericordia”. Absteniéndose de reprobar los errores, el Concilio por lo mismo habría evitado formular enseñanzas definitivas, vinculantes para todos. Y de hecho se ciñó siempre a esta indicación de inicio.

    La razón espontánea y sintética de estas indicaciones era el propósito declarado de apuntar a un “Concilio pastoral”. Todos, dentro y fuera del aula vaticana, se mostraban contentos y complacidos de que sea calificado así.

    Pero yo, en mi pequeño ángulo periférico, sentía nacer en mí, a mi pesar, algunas dificultades. El concepto me parecía ambiguo, y un poco sospechoso el énfasis con el que la “pastoralidad” era atribuida al Concilio en acto: ¿se quería quizá decir implícitamente que los anteriores Concilios no pretendían ser “pastorales” o que no lo habían sido suficientemente?

    ¿No tenía relevancia pastoral el dejar en claro que Jesús de Nazaret era Dios y consustancial al Padre, como se había definido en Nicea?¿No tenía relevancia pastoral precisar el realismo de la presencia eucarística y la naturaleza sacrificial de la misa, como había ocurrido en Trento? No tenía relevancia pastoral presentar en todo su valor y en todas sus implicancias el primado de Pedro, como había enseñado el Concilio Vaticano I?

    Se entiende que la intención declarada era la de poner como tema particularmente el estudio de modos mejores y de medios más eficaces de alcanzar el corazón del hombre, sin por esto disminuir la positiva consideración por el tradicional magisterio de la Iglesia.

    Pero estaba el peligro de no recordar más que la primera e insustituible “misericordia” para la humanidad descarriada es, según la enseñanza clara de la Revelación, la “misericordia de la verdad”; misericordia que no puede ser ejercitada sin la condena explícita, firme, constante, de cada tergiversación y de cada alteración del “depósito” de la fe que debe ser custodiado.

    Alguno podía inclusive incautamente pensar que el rescate de los hijos de Adán dependiese más de nuestras artes lisonjeras y de persuasión, y no de la estrategia soteriológica preordenada por el Padre antes de todos los siglos, toda centrada en el evento pascual y en su anuncio; un anuncio “sin discursos persuasivos de sabiduría humana” (cfr. 1 Co 2,4). En el postconcilio no ha sido solamente un peligro.



    Sobre el comunismo tenía razón el Papa Wojtyla: el Concilio no debía callar

    (pp. 184-186)


    Comunismo: el Concilio no habla de él. Si se recorre con atención el índice sistemático, impresiona chocarse con este categórico silencio.

    El comunismo ha sido sin duda el fenómeno histórico más imponente, más duradero, más desbordante del siglo XX; y el Concilio, que además había propuesto una Constitución sobre la Iglesia y el mundo contemporáneo, no habla de él.

    El comunismo, a partir de su triunfo en Rusia en 1917, en medio siglo ya había logrado provocar muchas decenas de millones de muertos, víctimas del terror de masa y de la represión más inhumana; y el Concilio no habla de él.

    El comunismo ( y era la primera vez en la historia de las insipiencias humanas) había prácticamente impuesto a las poblaciones sometidas al ateísmo, como una especie de filosofía oficial y de paradójica “religión de estado”; y el Concilio, que si de explaya sobre el caso de los ateos, no habla de él.

    En los mismos años en que se desarrollaba la cumbre ecuménica, las prisiones comunistas eran todavía lugares de indecible sufrimiento y de humillación infringida a numerosos “testigos de la fe” (obispos, presbíteros, laicos convencidos creyentes de Cristo); y el Concilio no habla de él.

    Aparte de los supuestos silencios en relación a las criminales aberraciones del nazismo, ¡que luego inclusive algunos católicos (también entre aquellos activos en el Concilio) han echado en cara a Pío XII!

    En aquellos años, aun percibiendo la gran anomalía de esta reserva sobre todo de parte de una asamblea que había discutido casi de todo, no me escandalicé. Más aún, debo decir que entendía los aspectos positivos de aquella línea. Y no tanto por la posibilidad, que así se perfilaba, de tratar con los regímenes comunistas la auspiciosa participación en el Concilio de los obispos controlados por ellos, cuanto por la previsión que una toma de posición cualquiera, también la más blanda y la más vigilada, habría desencadenado un aumento en la aspereza de las persecuciones, de modo que se haría más pesada la cruz que aquellos hermanos nuestros perseguidos.

    En el fondo, había en todos, al menos inconscientemente, la convicción de que el comunismo era un fenómeno tan consistente que era ya irreversible: necesariamente estábamos obligados a acostumbrarnos a negociar, quién sabe por cuanto tiempo todavía.

    Viéndolo bien esta era en esencia la justificación también del Ostpolitik (“política de diálogo y de deseables entendimientos con los Países del Este”) de la Santa Sede (de Juan XXIII y de Pablo VI); tal política nos parecía sanamente realista e históricamente oportuna.

    Quien jamás compartió esta perspectiva fue Juan Pablo II (como entendí a partir de un diálogo tenido en el 1985). Tuvo razón él.



    Sobre el "mea culpa" Juan Pablo II se corrigió, pero muy poco

    (p. 536)


    El 7 de julio de 1997 Juan Pablo II tuvo la amabilidad de invitarme a almorzar y extendió la invitación también al ceremoniero arzobispal, Don Roberto Parisini, que me acompañaba y permaneció como precioso testigo del episodio.

    A la mesa el Santo Padre en un determinado momento me dijo: ¿“Ha visto que hemos cambiado la frase de la ‘Tertio millennio adveniente’? El borrador, que había sido enviado con anticipación a los cardenales, traía esta expresión: “La Iglesia reconoce como propios los pecados de sus hijos”; expresión que – hice presente con respetuosa franqueza – no se podía proponer. En el texto definitivo el razonamiento apareció cambiado de la siguiente manera: “La Iglesia reconoce siempre como propios a sus hijos pecadores”. Para el Papa era importante recordármelo en aquel momento, sabiendo que me habría dado gusto.

    Respondí diciendo que estaba muy agradecido y manifestando mi plena satisfacción desde el punto de vista teológico. Pero me pareció que también tenía que agregar una reserva de índole pastoral: la iniciativa inédita de pedir perdón por los errores y las incoherencias de los siglos pasados desde mi punto de vista escandalizaría a los “pequeños”, los preferidos del Señor Jesús (cfr. Mt 11,25): porque el pueblo fiel, que no sabe hacer muchas distinciones teológicas, a partir de esas autoacusaciones vería amenazada su serena adhesión al misterio eclesial, que (nos lo dicen todas las profesiones de fe) es esencialmente un misterio de santidad.

    Entonces, el Papa textualmente dijo: “Sí, eso es verdad. Será necesario pensar sobre ello”. Lamentablemente no lo pensó lo suficiente.



    Conclave 2005, qué le dije al futuro Papa

    (pp. 614-615)


    Los días más trabajosos para los cardenales son aquellos que preceden inmediatamente al cónclave. El Sacro Colegio se reúne diariamente desde las 9:30 a las 13:00h., en una asamblea donde cada uno de los presentes es libre de decir todo lo que cree.

    Pero se intuye que no se puede tratar públicamente el argumento que está más lo más íntimo de los electores del futuro obispo de Roma: ¿a quién debemos elegir?

    Y así esto va a terminar en que cada cardenal es tentado de citar más que otro sus problemas y sus dificultades: o mejor, los problemas y las dificultades de su cristiandad, de su nación, de su continente, del mundo entero. Es sin duda muy útil esta general, espontánea, incondicionada reseña de información y de juicios. Pero sin duda el cuadro que resulta de ello no es un hecho alentador.

    Cuál fue en aquella ocasión mi estado de ánimo y cuál mi reflexión prevalente emerge de la intervención que después de muchos asombros me decidí a pronunciar el viernes 15 de abril del 2005. He aquí el texto:

    “1. Después de haber escuchado todas las intervenciones – justas, oportunas, apasionadas – que aquí han resonado, quisiera expresar al futuro Papa (que me está escuchando) todas mi solidaridad, mi simpatía, mi comprensión, y también un poco de mi fraterna compasión. Pero quisiera sugerirle también que no se preocupe demasiado por todo aquello que aquí ha escuchado y no se asuste demasiado. El Señor Jesús no le pedirá resolver todos los problemas del mundo. Le pedirá que lo quiera con un amor extraordinario: ‘¿Me amas más que estos?’ (cfr. Jn 21,15). En una ‘tira’ y ‘caricatura’ que nos llegaba de Argentina, la de Mafalda, he encontrado hace varios años una frase que en estos días me ha venido a la mente frecuentemente: ‘Ahora entiendo; – decía aquella terrible y aguda muchachita – el mundo está lleno de problemólogos, pero escasean los solucionólogos’.

    “2. Quisiera decir al futuro Papa que preste atención a todos los problemas. Pero primero y más todavía que se dé cuenta del estado de confusión, de desorientación, de descarrío que aflige en estos años al pueblo de Dios, y sobre todo que aflige a los ‘pequeños’.

    “3. Hace unos días escuché en la televisión a una religiosa anciana y devota que respondía así al entrevistador: ‘Este Papa, que ha muerto, ha sido grande sobre todo porque nos ha enseñado que todas las religiones son iguales’. No sé si a Juan Pablo II le hubiese gustado mucho un elogio como ese.

    “4. En fin, quisiera señalar al nuevo Papa el caso de la ‘Dominus Iesus’: un documento explícitamente de acuerdo y públicamente aprobado por Juan Pablo II; un documento por el cual me gusta expresar al cardenal Ratzinger mi vibrante gratitud. Que Jesús es el único necesario Salvador de todos es una verdad que en veinte siglos – a partir del discurso de Pedro después de Pentecostés – no se había escuchado la necesidad de reclamar jamás. Esta verdad es, por decir así, el grado mínimo de la fe; es la certeza primordial, es entre los creyentes el dato simple y más esencial. En dos mil años no ha sido jamás puesta en duda, ni siquiera durante la crisis arriana y ni siquiera con ocasión del descarrilamiento de la Reforma protestante. El haber tenido que recordarla en nuestros días nos da la medida de la gravedad de la situación hodierna. Sin embargo este documento, que reclama la certeza primordial, más simple, más esencial, ha sido contestado. Ha sido contestado en todos los niveles: en todos los niveles de la acción pastoral, de la enseñanza teológica, de la jerarquía.

    “5. Me contaron de un buen católico que propuso a su párroco hacer una presentación de la ‘Dominus Iesus’ a la comunidad parroquial. El párroco (un sacerdote por lo demás excelente y bien intencionado) le respondió: ‘Olvídalo. Ese es un documento que divide’. ‘Un documento que divide’. ¡Gran descubrimiento! Jesús mismo ha dicho: ‘Yo he venido a traer la división’ (Lc 12,51). Pero demasiadas palabras de Jesús resultan hoy censuradas por la cristiandad; al menos por la cristiandad en su partes más locuaces”.


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    El libro, en vendita desde el 30 de octubre del 2007:

    Giacomo Biffi, "Memorie e digressioni di un italiano cardinale [Memorias y digresiones de un italiano cardenal]", Cantagalli, Siena, 2007, pp. 640, euro 23,90.

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    Sobre el cardenal Biffi, en www.chiesa:

    > Pericolo Anticristo! Il cardinale Biffi dà la sveglia alla Chiesa (3.6.2005)

    > Giacomo Biffi vescovo, l'ultimo dei grandi Ambrosiani (28.10.2002)

    > Martiri cristiani del 2001. E Biffi striglia la Chiesa (3.1.2002)

    > Pinocchio riletto dal cardinale Biffi: "L'alto destino di una testa di legno" (24.8.2000)

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    Y sobre dos personajes, Barsotti y Dossetti, sobre los que el cardenal Biffi formula en sus memorias dos juicios opuestos:

    > Divo Barsotti, un profeta de la Iglesia actual (28.8.2007)

    > Concilio "capovolto" e Opus Dei. Un inedito bomba di Giuseppe Dossetti (1.12.2003)

    Comentario político sobre Chile. Don Hermógenes.

    http://blogdehermogenes.blogspot.com/

     

     

    SÁBADO, 24 DE ENERO DE 2015

    Si Hubiera Derecha...

              El jueves se vivió otro episodio del escándalo continuado más vergonzoso de la actualidad, que es el de la prevaricación vengativa e impune de los jueces de izquierda contra los militares que defendieron a Chile del terrorismo marxista. Mientras agentes de seguridad norteamericanos, israelíes, franceses y belgas eliminan a los terroristas y reciben las felicitaciones de sus gobiernos y el aplauso de sus pueblos, acá la izquierda marxista que controla, además de los otros dos poderes, el Judicial, apresa a ancianos uniformados en retiro y los persigue y condena, contraviniendo siempre las leyes y muchas veces la verdad de los hechos, por la eliminación de terroristas que acá habían tomado las armas en los años ’60 y ‘70 para hacerse del poder total.
     
              El jueves iban a ser enviados al presidio político de Punta Peuco cuatro oficiales en retiro, entre ellos un coronel de ejército, Fernando Gómez Segovia, que había sido especialmente activo en su propia defensa, para demostrar no sólo la ilegalidad del proceso, sino su inocencia.
     
              El medio digital más dinámico en la defensa de los perseguidos y presos políticos militares, el diario “Chile Informa”, había llamado a las personas de bien y de recta conciencia a prestar un respaldo a  esas nuevas víctimas de la prevaricación marxista, el jueves pasado en los Tribunales, cuando los cuatro uniformados iban a ser notificados de los fallos y puestos entre rejas. Los agentes del odio, es decir, del Partido Comunista, habían convocado a una “funa” el mismo día en apoyo a la venganza que llaman “justicia”, perpetrada por sus ministros prevaricadores.
     
              No fue necesario. El apoyo a los nuevos presos políticos simplemente no llegó. Unos dicen que acudieron quince personas, otros 25 y los más optimistas 40, pero no llegaron a reunirse. Media docena de valientes mujeres de pueblo dieron un ejemplo y se pasearon con petos alusivos a la persecución ilegal contra los militares, pero, visto su exiguo número, nadie se dio por aludido de su presencia. El coronel Gómez Segovia esperó tres horas y media al ministro Jorge Zepeda, que lo condenó, como a tantos otros, y otra vez no prestaba ninguna consideración a la avanzada edad del oficial en retiro ni a las graves enfermedades que ha sufrido. Éste esperó pacientemente, en compañía de su señora.
     
              Cuando por fin Zepeda lo hizo pasar, para enviarlo a presidio por cinco años y un día, hizo ademán de darle la mano como saludo, pero el coronel Gómez le expresó: “No puedo darle la mano a quien me manda preso tras un juicio plagado de falsedades, donde usted no ha cumplido principios fundamentales del derecho”.
     
              Sorprendentemente, Zepeda le expresó: “Le encuentro razón para que usted esté molesto conmigo”.
     
              Fue una escena parecida a la que vivió el general Mena (Q.E.P.D.) cuando el ministro sumariante que lo condenó a largos años de presidió por un delito del cual era inocente le dijo, a modo de explicación: “Esta es la justicia de los hombres”. Porque sabía que su condenado era inocente, y aunque no lo hubiera sido, estaba legalmente exento de responsabilidad; y sabía que, políticamente, como juez de izquierda, no podía hacer otra cosa, si es que quería avanzar en su carrera. Así discurre hoy nuestra espuria vida judicial.
     
              Si hubiera habido una derecha política en Chile éste, el mayor escándalo moral de nuestro tiempo, no podría haber pasado ni seguir pasando inadvertido. Un gigantesco “J’accusse” habría puesto fin al abuso. Pero acá se ha desvanecido la fibra moral que sustentaba la vida pública de Francia del siglo XIX. El penal de Punta Peuco, convertido ahora en un lazareto hacinado de ancianos y enfermos ilegalmente presos, no habría podido continuar púdicamente oculto a los ojos de la opinión pública. Porque los ahora 71 presos políticos que ahí tratan de sobreponerse a la injusticia y la desgracia no podrían ser “barridos debajo de la alfombra”, como lo son al carecer de todo apoyo y defensa de quienes tanto les deben, que no son ni más ni menos que todos los chilenos, a quienes les salvaron su libertad, pero muy en particular los que más tienen, que no sólo se libraron de perder ésta, sino también todos sus bienes.
     
              Si hubiera derecha en Chile “la voz de los sin voz”, como son los presos políticos militares, se haría oír en los medios y no sólo en los “samiszdats” que los defienden, como “Chile Informa” y este blog.
     
              Pero el caso es que no hay derecha. Las ideas están, pero los llamados a defenderlas e imponerlas no. Este blog anunció la muerte de aquélla hace tiempo, cuando renunció a sus principios y llevó al poder a Sebastián Piñera, que se encargó de desvirtuarlos, gobernando con las banderas de la centroizquierda y completando un V Gobierno de la Concertación; persiguiendo ilegalmente, como ningún gobernante lo había hecho antes, pues triplicó las querellas, a los militares que salvaron a Chile (con el agravante de que, para conseguir sus votos, les había prometido un debido proceso); y criminalizando a la propia civilidad de derecha, denostándola a los ojos del electorado y calificando a sus miembros de “cómplices pasivos” de delitos, lo que no podía sino conducir a su desastre electoral. Todo con tal de contar él con alguna simpatía marxista –que obtuvo— y remontar en las encuestas. (Pese a lo cual nunca superó el 34% de adhesión. Ver CEP).
     
              La derecha pagó caro lo anterior, y los hechos posteriores han conducido a que ya sea unánime el juicio de que se encuentra políticamente muerta, confirmando lo que le pronostiqué cuando llevó como candidato a Piñera. Tanto lo está, que en reciente encuesta se revela que el personaje político más sobreexpuesto por medios de derecha, siendo un izquierdista extremo, como Marco Enríquez-Ominami, aparece por lejos como la primera opción para una próxima Presidencia de la República; y, peor todavía, en un lejano segundo lugar, con menos de la mitad de las preferencias del anterior, Sebastián Piñera. Y lo sorprendente es que el apoyo a éste en las encuestas ¡proviene de los propios restos náufragos de la misma derecha que él destruyó! ¿Sadomasoquismo político? Pues la encuesta CEP reveló que el 69% de quienes se declaran de derecha apoya a Piñera. A uno le dicen, con expresión compungida, “es el único que hay”.
     
              Y Piñera, en realidad, se encarga de posicionarse. Ya debe estar haciendo los cálculos para hacerse a bajo precio de los despojos de la UDI. Se menciona a Andrés Chadwick, que dirige su Fundación “Avanza Chile”, cuyo nombre más adecuado debería ser “Avanza Piñera”, para encabezar también la UDI. Una “toma de control hostil”. Como ya no está la plata de Penta para financiar candidaturas, seguramente algunos piensan que financieramente nunca tendrá problemas un partido que apoye a Piñera. Tiene la fortuna suficiente… pero sólo para ser destinada a que triunfe él. Pues no lo afectan los escándalos que defenestran a otros. Los recientemente acusados de hacer una lucrativa pasada en la compra y venta de acciones con información privilegiada rápidamente se “autoproscribieron” económica y socialmente. Renunciaron a todo. Pero cuando Piñera fue sorprendido en lo mismo, no se “autoproscribió” de nada sino, al contrario, consiguió apoyos adicionales en la derecha, para llegar poco después, a la Presidencia de la República. Simplemente pagó la multa, negó los hechos (aunque eran evidentes), trató de “mentirosos” a sus acusadores y, con un amplio apoyo del “establishment” de derecha, fue elevado por ésta a la máxima dignidad.
     
              Y ahora, en medio de la debacle que sufre el sector, él emerge como ¡un líder moral! La figura impoluta que más apoyo tiene para conducir los destinos nacionales. Y todo indica que ampliará su actual y ya amplia esfera de influencias. Uno de sus mejores amigos, Andrés Navarro, manifiesta interés en encabezar la Sociedad de Fomento Fabril, impulsado por otro empresario de centroizquierda.
     
              Navarro es un fiel amigo de Sebastián Piñera. También es democratacristiano. Tan amigo que hace cuatro años, cuando el helicóptero de que ambos son codueños tuvo un aterrizaje forzoso antirreglamentario, la Dirección de Aeronáutica Civil sometió a proceso y sancionó a Navarro, pese a que Piñera públicamente había declarado que él venía piloteando la aeronave. Es lo que se llama “un buen amigo”.
     
              Pero si hubiera una derecha en Chile habría una alternativa o, a lo menos, una esperanza de que ella pudiera surgir. Pero la gente que se dice de derecha está entregada, renuncia a eso y a todos sus principios y resignadamente dice que su única posibilidad es Piñera. Añaden que “hizo un buen gobierno y creó un millón de empleos”.
     
              Para comenzar, casi la mitad de ese “millón de empleos” se creó en 2010, cuando todavía Piñera no había hecho otra cosa que proponer un aumento de impuestos, a raíz de lo cual se crearon después cada vez menos empleos. Ese casi medio millón de 2010 se debió a la política expansiva de Velasco, que aumentó el gasto público sin subir tributos y empleando las reservas que tenía el país. La mitad del millón se la debió, pues, Piñera a Velasco. Como también el fuerte crecimiento de 2010 y 2011, que empezó a decaer después, hasta entrar en franca declinación en 2013, debido a los errores de Piñera, como sus sucesivas alzas de impuestos, su “ineptitud política” denunciada por el Financial Times, el clima interno de desorden general debido a la falta de autoridad del gobierno, que debilitó la Ley Antiterrorista y, en lo que quedaba de ella, no la aplicó; y debido al clima de anarquía creado por la extrema izquierda con la revolución en la Araucanía y su asonada estudiantil, que Piñera describió, en otro arranque de ineptitud política, como un movimiento “noble, grande, hermoso”, cuando era una revuelta para hacerle imposible gobernar. Para no hablar de su persecución contra los militares, a quienes había prometido debido proceso y aplicación de la prescripción, la cual reiteradamente transgredió a través de su “Departamento de Derecho Humanos” del Ministerio del Interior, un engendro marxista que él mantuvo incólume, tanto como mantuvo al mirista Director del Instituto Médico Legal, Patricio Bustos, “funcionario de su exclusiva confianza”. ¿En qué podía terminar todo eso? En un gobierno de extrema izquierda real, por supuesto, porque quedaba claro ante la ciudadanía que el régimen mal llamado “de centroderecha” carecía de autoridad y no era capaz de gobernar.
     
              Y como demostradamente tampoco es capaz de hacer oposición, lo que queda de la derecha manifiesta su preferencia por desaparecer. Y para ese “suicidio asistido”, nada mejor que la persona que ya una vez la dejó desahuciada.